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La larga derrota

En Japón, la memoria de la Segunda Guerra Mundial es una cicatriz que ya no sangra pero que tampoco cierra

La larga derrota
Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Hay naciones que le plantan cara a su pasado, otras que tratan de sepultarlo con prisa. Japón, sugiere Akiko Hashimoto (Kioto, 1949), parece atrapado en un estado intermedio, en una suerte de purgatorio donde la historia ni se confronta ni se olvida. Como una herida que no sana, el trauma sigue ahí, siempre atravesando las emociones públicas, las conversaciones familiares, lo que se enseña en las escuelas, las líneas editoriales de los medios y hasta las decisiones políticas. En ese limbo de recuerdos borrosos aunque todavía vivos, la memoria es una cicatriz que ya no sangra pero que tampoco cierra.

“La larga derrota: trauma cultural, memoria e identidad en Japón” (Oxford University Press, 2015) es un libro en cuyas páginas la isla es menos un objeto nacional en la historia que un sujeto colectivo atormentado por ella –dañado, evasivo, ambivalente–. Hashimoto no aspira a resolver los problemas morales de Japón tras la Segunda Guerra Mundial, más bien se dedica a explorar el terreno donde esos problemas persisten y a compararlos con los de otros países. A diferencia de los alemanes, por ejemplo, que más o menos han logrado institucionalizar su remordimiento, los japoneses siguen muy conflictuados no sólo política sino afectivamente respecto a los relatos que se cuentan sobre sí mismos.

El título “La larga derrota” proviene de una expresión acuñada durante el periodo de la posguerra para describir el lento y humillante proceso de reconstruir una identidad nacional tras una paliza catastrófica. ¿Cuál es la psicología cultural de semejante resaca? ¿Y cómo se transmite a través de las generaciones? Hashimoto identifica tres grandes perspectivas en ese sentido: los resilientes, que se enfocan en el sufrimiento y la recuperación; los arrepentidos, que quieren que Japón expíe sus culpas; y los revisionistas, que buscan restaurar el orgullo nacional minimizando la responsabilidad bélica.

Hashimoto estudia cada una de esas visiones con empatía analítica, explorando los temores o deseos que las motivan. Los revisionistas, en particular, concentran mucha de su atención. Rastrea su creciente influencia en los planes de estudio, la retórica política y la cultura popular, incluyendo el polémico Santuario Yasukuni –un lugar donde se honra tanto a soldados caídos como a criminales de guerra y donde la historia se presenta no como tragedia, sino como espectáculo–, documentando no sólo sus tácticas sino su atractivo emocional: para una generación criada tanto en el éxito económico como en la confusión moral, el revisionismo promete recuperar una falsa dignidad peligrosamente cómoda.

Al final, Hashimoto es incisiva en su crítica de las élites japonesas que han optado por una irresponsabilidad estratégica en lugar de un liderazgo ético sobre estos temas. Y le alarma, con razón, cuán fácilmente la amnesia puede cotizarse como divisa política.  

AVISO. Esta columna aprovecha la temporada y se va de vacaciones. Nos reencontramos en mayo.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@carlosbravoreg

MAAZ

 

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