La igualdad entre las personas constituye una aspiración no solo individual, sino colectiva, en ella los gobiernos y sus autoridades tienen importantes desafíos para lograr su materialización, representa un enorme reto que no se limita a la creación de sistemas normativos, a la interpretación y aplicación del derecho de manera progresiva por tribunales garantistas, en el mejor de los casos, la creación de políticas públicas, y menos aún, a la buena fe, son grandes esfuerzos, pero insuficientes, sobre todo, si no volteamos a mirar el sistema cultural y social en donde se gesta la desigualdad, un sistema patriarcal, androcéntrico y heteronormativo.
Es cierto que a menudo, la normalización de estas acciones impide revisar con sigilo el significado y patrón de la desigualdad estructural, histórica y sus manifestaciones, no limitativas, pero si representativas, como la violencia y la discriminación, ambas diferentes y que conviene recordar este 8 de marzo, fecha que conmemora el Día Internacional de la mujer; enfatizando que no es un día de festejos, se trata de un momento oportuno para la reflexión y reconocimiento, ¿por qué no? de los privilegios, de los derechos ganados y un momento para cuestionarnos sobre los avances en materia de igualdad sustantiva en nuestro país. Sirva como punto de partida y de forma inquietante que los estereotipos de género han permitido situar a las mujeres en condiciones de desventaja en diversos ámbitos y que la violencia en sus otras facetas aumenta todos los días.
Así, la lucha contra la desigualdad de género suscita una distancia específica entre las personas, no voluntaria, pero si persistente, se piensa, erróneamente que hablar de igualdad de género refiere un tema de “mujeres”, en más de una ocasión puede generar lejanía y adversidad al feminismo, entendido como un movimiento histórico que pretende el reconocimiento de los derechos humanos de las mujeres y su participación desde una igualdad no simulada, sino real.
Esta apreciación, refuerza la necesidad de su comprensión, pues abarca la forma en la que nos comportamos hombres y mujeres en un gran sistema cultural, desarrollado, casi siempre en términos binarios. Son comportamientos que ejercemos todas las personas, por lo que ser mujer no garantiza la convicción del feminismo o de la erradicación de prácticas misóginas o machistas.
Existe, por lo tanto, un sistema complejo que cotejar, la redistribución del poder que se ha asignado desde el sistema cultural y en donde no queda excluido el componente de la violencia, normalizada, no siempre identificada, ni siquiera en muchos casos por la víctima o por quienes la ejercen. El género es más que un tema de mujeres, es una categoría que impacta a todas las personas en sus diversas dimensiones, pero es de relevancia enfatizar que, de manera desproporcionada a este grupo de personas, desde luego con gran preocupación se puede mirar a las niñas y los factores de interseccionalidad.
Son prácticas habituales, no reconocidas por las personas y que propician situar a las personas en categorías, que en la mayoría de los casos, reduce el ejercicio de sus derechos, limita sus libertades, dan lugar a diversos tipos de violencia, todas ellas reprochables y en los casos más graves, al feminicidio, que de acuerdo con cifras de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, 11 mujeres al día en América Latina y el Caribe son víctimas de este delito, lo que demanda acciones urgentes sobre las medidas y acciones que debemos emprender para erradicar esta violencia en su máxima expresión.
En ese entendido, la violencia de género constituye una violación a los derechos humanos, que nos lesiona y debe afectar a todas las personas, representa un menoscabo, un detrimento a la integridad, a la dignidad, se reproduce, se aprende, se replica, se normaliza y así, se invisibiliza. La Convención Interamericana para Prevenir, Sancionar y Erradicar la Violencia Contra la Mujer dispone que se trata de “cualquier acción o conducta que cause muerte, daño o sufrimiento físico, sexual o psicológico a la mujer, tanto en el ámbito público como en el privado”, limita, por tanto, el ejercicio de los derechos y libertades.
Esta desigualdad tiene raíces, amargas y profundas en el sistema patriarcal en donde la participación de las mujeres ha sido limitada al espacio privado con preponderancia en una organización basada en la institucionalización y normalización de lo masculino.
Llama la atención la Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares, 2021, (ENDIREH) dispone que el 70.1 % de mujeres de 15 años y más, han experimentado al menos una situación de violencia psicológica, física, sexual, económica, patrimonial y/o discriminación a lo largo de su vida. Probablemente muchas de las personas no representadas en la encuesta, ni siquiera identificaron un acto de violencia por ser normalizado.
Como parte de estas asignaciones culturales, el trabajo del cuidado representa un ejemplo mayúsculo, predominantemente ejercido por mujeres, la Encuesta Nacional para el Sistema de Cuidados (ENASIC) 2022, señala datos alarmantes para la igualdad de género, 31.7 millones de personas de 15 años y más brindaron cuidados a integrantes de su hogar o de otros hogares. De esta población, 75.1 % correspondió a mujeres y 24.9 %, a hombres. Las mujeres cuidadoras principales, de conformidad con esta medición, dedican 38.9 horas a la semana, en un trabajo no redistribuido, no remunerado y no reconocido. La gravedad de esta circunstancia amerita una forma de educar diferente.
Bajo estas jornadas exhaustivas, en muchos casos duplicadas, se advierte una tarea difícil la participación de mujeres en espacios públicos o de la iniciativa privada, relevantes o de toma de decisión, romper los techos de cristal no se ve sencillo. Las posibilidades para ejercer su empleo y ascender para llegar a puestos de alta dirección se limita, así, las personas y autoridades apoyadas en la preconcepción de atributos o características asignadas de forma binaria entre hombres y mujeres, persistentes y dominantes en la sociedad traen como consecuencia, como se ha mencionado, la violencia de género contra las mujeres en ámbitos insospechados.
El Día Internacional de la Mujer abona el énfasis para promover acciones culturales que permitan que las generaciones futuras ejerzan sus derechos y libertades en plenitud, donde ser mujer no te cueste la vida, sumar desde el feminismo es un ejercicio de convicción y congruencia.
POR FABIOLA MARTÍNEZ RAMÍREZ
DIRECTORA REGIONAL DEL DEPARTAMENTO DE DERECHO, CDMX, TECNOLÓGICO DE MONTERREY
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