Hace unos días regresé de la CSW69 (Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer de la ONU), un foro que reúne a líderes, activistas, empresarias y representantes de todo el mundo para hablar sobre un tema urgente: la equidad de género. Pero más allá de los discursos, de las estadísticas y de los informes, lo que más me marcó fue la energía de tantas mujeres luchando por lo mismo, aunque viniéramos de realidades distintas.
Desde el primer momento, sentí la magnitud del espacio en el que me encontraba. Escuchar historias de mujeres que han dedicado su vida a transformar sus comunidades, muchas veces con recursos mínimos y contra estructuras que parecían inamovibles, fue una lección de humildad.

En uno de los paneles, una emprendedora africana nos contaba cómo la falta de acceso a tecnología condena a muchas mujeres en su país a depender económicamente de otros. En otro, una activista latinoamericana hablaba de cómo la violencia económica es una forma silenciosa de opresión que sigue limitando el potencial de miles de mujeres en nuestra región.
Yo estaba ahí, hablando de inteligencia artificial y tecnología, pero también entendiendo que antes de hablar de herramientas digitales, necesitamos garantizar que todas las mujeres tengan el derecho más básico: el derecho a soñar con un futuro distinto.
Si algo me quedó claro en la CSW69 es que la brecha de género no es solo un problema de números, es un problema de historias no contadas. De mujeres que aún hoy tienen que pedir permiso para existir en espacios de poder.

Aprendí que la tecnología puede ser un puente o una barrera, dependiendo de quién tenga acceso a ella. Que el talento no tiene género, pero las oportunidades sí. Y que si queremos un futuro donde las mujeres sean protagonistas, necesitamos romper no solo los techos de cristal, sino los suelos pegajosos que las mantienen atrapadas en la desigualdad.
Caminar por los pasillos de la ONU, compartir paneles con mujeres que han cambiado leyes en sus países, que han transformado comunidades enteras, me hizo preguntarme: ¿Estoy haciendo lo suficiente?

Porque cuando escuchas de primera mano que en algunos países aún hay niñas que no pueden ir a la escuela porque son mujeres, que en otros las mujeres no pueden abrir una cuenta de banco sin el permiso de un hombre, entiendes que la equidad de género no es una meta, es una deuda histórica.
Regresé con una mezcla de orgullo y urgencia. Orgullo por saber que las mujeres estamos construyendo un movimiento imparable. Urgencia porque los cambios que necesitamos no pueden seguir esperando.

Las conclusiones en materia de equidad fueron claras: todavía falta mucho por hacer. No basta con hablar de inclusión en foros, necesitamos:
- Más mujeres en tecnología y en posiciones de liderazgo.
- Acceso real a financiamiento para mujeres emprendedoras.
- Regulación que garantice que la IA no perpetúe sesgos de género.
- Educación digital para todas, sin importar el lugar de origen donde nacieron.
Porque cada vez que una mujer rompe una barrera, no solo avanza ella: arrastra consigo a toda una generación.
La CSW69 me dejó una certeza: el cambio no llegará solo. Depende de nosotras exigirlo, construirlo y acelerarlo.
Desde Unlocked AI, vamos a trabajar para que la inteligencia artificial no sea un privilegio de unos cuantos, sino una herramienta de inclusión y empoderamiento. Para que la tecnología no sea otro muro, sino una puerta abierta para las mujeres que hoy todavía no tienen acceso a ella.
Si algo aprendí en la CSW69 es que la lucha por la equidad no es un discurso, es un compromiso de vida. Y no pienso dejarlo aquí, porque la brecha sigue ahí, pero somos muchas trabajando para cerrarla.
POR ZAIRA ZEPEDA
CEO DE UNLOCKED AI
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