En los últimos días aparecieron distintos artículos en la prensa tanto de Estados Unidos como de México que hablaban sobre la posibilidad de una unión aduanera en Norteamérica como la opción más viable para terminar con el conflicto de intereses desatado por el presidente Trump en la guerra de aranceles que ha llevado por el mundo, incluyendo a sus socios comerciales más importantes y con los que tiene vigente un tratado de libre comercio.
Actualmente hay cerca de 16 uniones aduaneras reconocidas por la Organización Mundial de Comercio, aunque no todas tienen el mismo nivel de integración de la más famosa: la de la Unión Europea. Las más conocidas son Mercosur, la Comunidad Andina, cuatro distintas en África, Caricom en El Caribe y la Unión Aduanera Euroasiática que encabeza Rusia.
El primer paso, como sabemos, para que se lleve a cabo una unión aduanera es partir de un tratado de libre comercio, pero esto no basta, se deben tener intereses comunes y sobre todo una visión de desarrollo compartida entre los países que la formarán, y sinceramente es lo que yo no veo en la actual Norteamérica de Trump. Su visión está puesta sólo en los intereses de los Estados Unidos y en cumplir con su agenda de devolverle la grandeza de súper potencia.
El ejemplo más claro es el de la Unión Europea, ahí la unión aduanera funcionó porque los países compartían varios factores clave, como una estructura económica similar: pues eran economías industriales con un alto grado de comercio internacional que necesitaban reducir los costos comerciales y mejorar la competitividad frente a los Estados Unidos y la entonces URSS; mantenían relaciones históricas y culturales que incluían un gran comercio intrarregional y acuerdos previos; sistemas legales compatibles: varios países tenían regulaciones similares que facilitaron la armonización de normas; y un objetivo político común: pues tras la Segunda Guerra Mundial, la integración económica se veía como una forma de evitar conflictos y fortalecer Europa.
Aun así, la unión aduanera de la Unión Europea tardó más de una década en consolidarse, aunque su base empezó a construirse mucho antes, desde 1957 con el Tratado de Roma que estableció el objetivo de eliminar barreras comerciales y crear una unión aduanera entre seis países: Alemania, Francia, Italia, Bélgica, Países Bajos y Luxemburgo. Con este proyecto en marcha, se creó en 1968 la unión aduanera de la Unión Europea eliminando los aranceles internos entre los países miembros, estableciendo un Arancel Externo Común para productos de fuera de la comunidad y armonizando las regulaciones comerciales.
Más tarde, en 1993 se logra el Mercado Único Europeo con el Tratado de Maastricht, la unión aduanera se complementa con la libre circulación de bienes, servicios, personas y capitales.
La unión aduanera europea no se construyó en un periodo presidencial, ya sea de cuatro o de seis años; repito, tomó más de 10 años de negociaciones y se complementó con el mercado único, lográndose gracias a la cooperación económica previa y la necesidad de competir globalmente.
Trump ha dejado muy claro con sus acciones durante este segundo periodo, que no tiene el menor interés de compartir el éxito ni negociar nada a mediano o largo plazo. Muestra de ello es la suspensión de aranceles a México y a Canadá después de imponerlos y haber violado el T-MEC, que tiene que revisarse el siguiente año, y luego en esta tregua comercial, volverles a poner el 25% de aranceles al acero y ahora a los vehículos.
Sinceramente la Unión Aduanera en Norteamérica parece un escenario poco probable debido a las diferencias económicas, políticas y estratégicas entre los tres países. Quizá la idea venga más del lado del sector privado que requiere certeza para sus inversiones en la región, y no ven descabellado evolucionar el T-MEC hacia un esquema de integración más profunda que los proteja de ocurrencias políticas de sus gobiernos en cualquiera de los tres países.
Y a todo esto hay que sumar como obstáculos: el nacionalismo de los Estados Unidos en el que Trump y varios republicanos promueven el proteccionismo y rechazan acuerdos que limiten la soberanía de su país en el comercio; las diferencias económicas y los salarios sobre todo entre Estados Unidos y Canadá con México; las políticas industriales que son diferentes en materia de derechos laborales, medio ambiente y subsidios; y la relación con China y otras potencias.
Aún si hubiera voluntad, tardaríamos más de 10 años en dar el siguiente paso, aunque si quisiera, podríamos comenzar con un modelo híbrido, liderado por la industria automotriz que está ya tan integrada en los tres países y que está resintiendo hoy los sueños de poder de un rey republicano.
POR JOSÉ IGNACIO ZARAGOZA AMBROSI
EXPERTO EN COMERCIO EXTERIOR
@ignaquiz
MAAZ