Desde que por primera vez Donald Trump llegó a la Casa Blanca, en 2017, la política comercial estadounidense entró en un punto de inflexión que la ubica entre su neoproteccionismo unilateral y supremacista, y la política industrial que Joe Biden puso en marcha a partir de 2021. Los cambios que se han operado a partir de entonces hasta la fecha, tienen el común denominador de enfrentar el ascenso tecnológico, comercial y financiero de China a nivel global. Sin embargo, el uso de aranceles hecho entre uno y otro presidente han tenido objetivos muy distintos.
Como lo dijo Katherine Tai, Representante Comercial de Estados Unidos durante la administración Biden, en un artículo reciente de la revista Foreign Affairs, la política comercial de su gobierno marcó el fin de la agenda neoliberal seguida por Washington desde la presidencia de Reagan, pero también se desmarcó del neoproteccionismo supremacista seguido por Trump.
Según Tai la política comercial fue un complemento de las grandes inversiones y créditos gubernamentales desembolsados por la administración Biden para acelerar la descarbonización de la economía estadounidense, generar empleos verdes y nuevas oportunidades para las clases medias y trabajadoras. En materia comercial, había que diversificar las cadenas de suministro asiáticas, sobre todo las provenientes de China, debido a sus prácticas predatorias, promovidas además por un gobierno autocrático, que podían comprometer el despegue de la economía verde y de electromovilidad impulsado por Biden, lo que justificaba el uso de aranceles sobre insumos que estaban definiendo la competencia estratégica del futuro. Dentro de ese contexto, la relocalización de cadenas de abastecimiento chinas y asiáticas hacia países cercanos, o “amigos”, porque contaban con un acuerdo comercial con los Estados Unidos, se volvió en una opción prioritaria para el presidente demócrata.
Por el contrario, el neoproteccionismo supremacista de Trump no distingue a los aliados de los rivales y carece de una visión estratégica y de política industrial, como intentó articular su antecesor. No hay que olvidar que durante la negociación del T-MEC, Trump echó por tierra uno de los principios por los que Canadá y México habían pactado el TLCAN: asegurar el acceso al mercado estadounidense en condiciones de simetría de trato. Trump mostró, por el contrario, que podía imponer gravámenes unilaterales, sanciones o ambas a sus socios regionales, no sólo para imponer sus preferencias comerciales, sino como arma de presión para obtener concesiones no comerciales.
La historia se repitió, cuando a su regreso a la Casa Blanca amagó nuevamente con imponer aranceles generalizados hasta del 25% a sus dos vecinos, si no fortalecían sus fronteras para frenar la migración ilegal y el tráfico de fentanilo. Después de que estos últimos lograron negociar una “pausa” a dichas sanciones, Trump amaga ahora con imponer aranceles del 25% al acero y aluminio, a partir del 12 de marzo y de manera generalizada, sin distinguir entre socios comerciales y rivales.
De materializarse, esta medida afectará al sector automotriz, la industria más integrada y pujante entre los socios de América del Norte. Si a esto le agregamos que Trump volvió a denunciar su membresía en el Acuerdo de París, y que intenta revertir las políticas de su antecesor, que impulsaban las energías verdes, la electromovilidad y el nearshoring estratégico, estamos ante un cambio de rumbo que sin duda fragilizará la política industrial articulada por Claudia Sheinbaum y cuya piedra angular ha sido hasta ahora la relocalización cercana.
Claudia Sheinbaum y Marcelo Ebrard han subrayado lo contraproducente que sería, para los mismos Estados Unidos, la adopción de semejantes medidas. Sin embargo, detrás de estos amagos, por muy contraproducentes y mal fundados que estén, hay razones no comerciales.
Todo parece indicar que todas las acciones hechas por la administración Sheinbaum -decomisos y militarización de la frontera norte- no son prueba suficiente para Trump de que México está efectivamente combatiendo la producción y tráfico de fentanilo. Para un presidente transaccional, habrá que entender lo que realmente quiere Trump de su vecino en materia de narcotráfico, para poder desinflar las amenazas arancelarias que han puesto en jaque al “nearshoring” estratégico.
POR ISIDRO MORALES
Catedrático. Benemérita Universidad Autónoma de Puebla (BUAP)
isidro.morales@correo.buap.mx
MAAZ