Ya bastante preocupados estaban los países miembros de la Unión Europea y de la OTAN por los pronunciamientos de Donald Trump y sus acólitos en campaña. Después llegó la indignación por los gestos y expresiones ultraderechistas y hasta neonazis de su socio Elon Musk. Luego las declaraciones de su Secretario de Defensa, Pete Hegseth, en que advirtió que era impensable regresar a las fronteras previas a la anexión ilegal que hizo Rusia de Crimea en 2014 y descartar la posible presencia de tropas estadounidenses para defender a Ucrania.
Pero todo eso palideció ante las palabras pronunciadas por el vicepresidente JD Vance en la conferencia de seguridad que se celebra anualmente en Múnich, el más importante encuentro de los aliados occidentales.
Cuando todos esperaban definiciones del rol que EEUU quiere jugar en el entramado de la seguridad europea, Vance se fue por una tangente muy espinosa: un largo y duro sermón acerca de las libertades políticas y de expresión, que los europeos (y particularmente los alemanes) han regulado para evitar el resurgimiento de las ideas y expresiones más aberrantes de la época del nazi-fascismo.
No contento con el sermón, Vance pasó al regaño: los alemanes no deberían impedir que partidos como la ultraderechista AfD (Alianza por Alemania, de notorias tendencias neonazis y catalogada como un riesgo por los organismos de seguridad interior) participe en coaliciones de gobierno.
Y para echar limón a la herida, Vance se reunió en privado con una de las dirigentes de la AfD, que por obvias razones no había sido invitada a la conferencia. Eso, a diez días de las elecciones federales en Alemania, es un acto de intromisión, que se suma a la burda campaña propagandística que Elon Musk realiza en su red social a favor de la extrema derecha europea.
Nada de esto sería grave de no ser porque la AfD es ya la segunda fuerza política en su país, al igual que el Frente Nacional en Francia. Y el desafío de Vance (y de Musk, y por ende de Trump), implica apoyar no a grupúsculos marginales, sino a partidos que se han colocado en el umbral del poder, en países que ya sufrieron en carne propia las consecuencias del nazi-fascismo.
Antes de que alguien me diga que esas restricciones son selectivas, debo recordarles que en Alemania aplican igualmente a grupos comunistas: para bien o para mal, Alemania ha decidido proscribir a los extremos que tanto daño le han causado. Y las arengas de Vance van directamente en contra de las leyes y el orden establecido en un continente que aún paga sus heridas históricas.
El discurso de Vance tuvo todavía una cereza del pastel: decirles que las verdaderas amenazas a Europa no vienen de Rusia, sino de adentro, por las susodichas restricciones al discurso y actividades políticas extremistas. Y la respuesta, obviamente, fue de rechazo. Un participante de alto nivel en la conferencia de Múnich señaló, según el Financial Times, que después de escuchar eso les quedaba claro que EEUU no es ya un aliado, sino un enemigo de Europa.
Sólo que la alianza no se puede disolver tan fácilmente, por más que una de las partes se haya vuelto tóxica: 80 años de interdependencia no se pueden deshacer, y ahora cada quien cargará con el lastre de su nuevo adversario.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
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@GABRIELGUERRAC
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