Si yo fuera Vladimir Putin estaría de fiesta. Trataría de disimularlo, pero, con cualquier pretexto, brindaría con mis amigos, bebería el mejor vodka, bailaría hasta el amanecer, lanzaría fuegos artificiales. No podría creer mi buena suerte. En unos cuantos días, el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, ha tomado una ráfaga de decisiones, la mayoría sin consultar al Congreso, que favorecen como nunca mis intereses. Si en el Kremlin hubieran escrito sus discursos y mensajes en las redes sociales, y los de su vicepresidente, JD Vance, y de su secretario de Defensa, Pete Hegseth, no habrían logrado hacerlos tan favorables a los intereses de Rusia.
Sun Tzu, el legendario general chino que hace 2500 años escribió “El Arte de la Guerra”, reprobaría rotundamente a Trump, y reconocería a Putin como su discípulo más distinguido. Sin ganar la guerra en el campo de batalla, el presidente ruso logró imponer su voluntad en Ucrania. No sólo eso. Es el mayor beneficiario del nuevo muro de desconfianza entre Estados Unidos y sus aliados europeos. La OTAN está paralizada. Se ha evidenciado, como nunca, la debilidad y fragmentación de la Unión Europea. No tiene músculo militar y político. No cuenta en el nivel estratégico. Trump se burla abiertamente de sus antiguos aliados y ensalza al líder ruso. Dice públicamente que se imagina que un día Ucrania será parte de Rusia, como lo fue en la era dorada de la Unión Soviética en el siglo pasado. Mejor imposible.
Putin logró la virtual rendición de Estados Unidos sin siquiera sentarse a negociar. Trump y su secretario de Defensa ya concedieron que Ucrania nunca entrará a la OTAN, y que no es realista pensar que recuperará los territorios ilegalmente ocupados por Rusia. No sólo eso. Ya anunciaron que Estados Unidos ya no tiene interés en la defensa de Europa, porque ahora su preocupación está en China y el Asia Pacífico.
Sin consultar previamente al presidente ucraniano Zelensky, y rechazando abiertamente la posibilidad de incorporar a sus antiguos socios europeos a las conversaciones, Trump se apresta a reunirse en unos días con el presidente ruso. ¿Qué irán a negociar, si ya le concedió públicamente a Putin todo lo que quería y más?
Es cierto. El telón de fondo del conflicto fue la intención de Estados Unidos de incorporar a Ucrania a la OTAN, abriendo la posibilidad de llevar los misiles de la alianza a las fronteras de Rusia. Un riesgo intolerable para una potencia nuclear. Pero también es cierto que la invasión rusa de Ucrania fue una abierta violación de la Carta de las Naciones Unidas, y sus principios básicos como la autodeterminación de los pueblos, la no intervención en asuntos internos, la solución pacífica de las controversias y el respeto a la integridad territorial de los estados.
Una vez iniciada la invasión en febrero de 2022, hace tres años, se hizo evidente que, tarde o temprano, la única salida al conflicto tendría que ser mediante una negociación entre todas las partes involucradas, es decir Ucrania, Rusia, Estados Unidos y sus aliados europeos de la OTAN. Pero los precipitados anuncios de Trump y sus colaboradores ya prefiguran el final: Putin toma todo y gana la partida.
Una cosa es que Trump reinicie el diálogo directo entre Rusia y Estados Unidos, y menosprecie los intereses de Ucrania y los países europeos. Otra muy distinta es concederle a Putin todas sus pretensiones sin ninguna condición. Kissinger, quien favorecía el juego entre las grandes potencias en detrimento de los intereses de naciones menos poderosas, no podría creer las decisiones ya anunciadas por Trump sin que haya mediado ninguna negociación previa.
No sólo eso. Trump (y Musk) están desmantelando instrumentos vitales de la política exterior de Estados Unidos, como la USAID, la Agencia de Cooperación de Estados Unidos (fundada por el Kennedy en 1961), que era la principal herramienta de influencia y poder suave de nuestros vecinos en muchos países en desarrollo. También abandonarán la Organización Mundial de la Salud, la UNESCO, el Acuerdo de París contra el cambio climático, y posiblemente la Organización Mundial de Comercio. Abrirán un vacío enorme. Ya sabemos que esos vacíos no duran. Los llenará alguien más, probablemente China.
Las reacciones no se han hecho esperar. Canadá propone a los europeos coordinar sus estrategias para hacer frente a Trump. Los europeos dicen que buscarán acercarse a China. Hoy se reunirán en París para analizar las consecuencias de las decisiones del autoproclamado “gran maestro de la negociación”. Son los grandes perdedores. El virtual retiro de Estados Unidos los deja a merced de Putin, y hoy no están preparados para asumir la defensa de sus países en caso de que fuera necesaria. Tampoco están unidos, con líderes como Orban en Hungría, que simpatizan abiertamente con Putin.
En unos días, Trump tiró un pilar central del orden internacional que prevaleció en las últimas ocho décadas. Se distancia de sus aliados. Les impone aranceles a sus socios. Está haciendo a Rusia grande otra vez. Mientras tanto China, una civilización milenaria, se prepara para un conflicto de larga duración.
POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS
DIPLOMÁTICO DE CARRERA Y PROFESOR EN EL TEC DE MONTERREY
@miguelrcabanas
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