En su primer día, Donald Trump puso la mira en México. No es sorpresa. No tendría que haber sorprendidos. Las amenazas y amagos llevaban ahí demasiado tiempo. También las provocaciones e insultos. El presidente de EU no demoró más de unas horas en firmar una cascada de órdenes ejecutivas y, a través de ellas, comenzar a gobernar. Algunas eran simbólicas, otras estridentes. Las dedicadas a nuestro país tenían ambas características: iban dirigidas a su base electoral, alimentaban su narrativa de campaña-gobierno y delimitaban los márgenes del inicio de una nueva era en la relación bilateral con nuestro país.
Cinco cosas puso en el radar Trump: declarar emergencia nacional en la frontera sur de Estados Unidos, declarar a los cárteles de la droga organizaciones terroristas extranjeras, llevar a cabo deportaciones masivas de migrantes, amagar con imponer aranceles del 25% a México y Canadá a partir del 1 de febrero y cambiar el nombre del Golfo de México a Golfo de América.
De lo chusco a lo delicado: lo del Golfo no rebasa el terreno de la ocurrencia. Pero en los otros cuatro temas, habrá que tomar en serio sus palabras. Este Trump es distinto al de hace ocho años; el presidente de EU no solo ladra, muerde. Él se ha radicalizado y, de paso, se ha hecho acompañar de personajes aún más radicales que él.
Imponer aranceles, que parece el eje de la negociación que vendrá, pasa por los otros tres asuntos. Los aranceles a exportaciones de productos mexicanos son un amago para obtener victorias en seguridad y migración; que México haga lo que él quiere.
El presidente de EU trabaja para su electorado, uno que lo hizo ganar abrumadoramente en las urnas. A ellos se debe, y a ellos buscará complacer. Y su electorado ve a México como el ‘malo’ de la película, el responsable del tráfico de drogas y la muerte de miles por fentanilo, y el trampolín para el ingreso de cientos de miles de migrantes sin papeles.
Desde luego, como región, muchos de los problemas son compartidos, pero mal haríamos en no reconocer lo obvio. La realidad es terca. Lo que atestiguamos con las primeras decisiones de Trump es, en buena medida, consecuencia de las omisiones, incompetencia o complicidad del gobierno de López Obrador. Durante seis años se dejó hacer y deshacer a los criminales; se empoderó a la delincuencia organizada como nunca; se entregó parte del territorio nacional; se renunció a la principal obligación del Estado: garantizar la paz de sus ciudadanos. Los tentáculos de los cárteles lo abarcaron todo. Tanto que se desdibujó la línea que divide a criminales de autoridades. La ley, en buena parte del país, no fue más que letra muerta.
Las órdenes ejecutivas firmadas son un golpe demoledor a la estrategia fallida de “abrazos, no balazos”. El gobierno de AMLO claudicó, abandonó la plaza y abdicó a su responsabilidad central. Esa es parte de la herencia con la que la presidenta Sheinbaum debe lidiar. La diferencia ahora en el terreno del combate al crimen, es abismal: hay estrategia, se busca detener delincuentes, se realizan decomisos y hay operativos.
Pero la reputación de nuestro país en EU anda por los suelos. No será sencillo revertir esa imagen que Trump y los suyos han construido de México, con ayuda de la crisis de violencia que dejó el sexenio pasado -el más sangriento de la historia, con más de 200 mil homicidios-.
POR MANUEL LÓPEZ SAN MARTÍN
@MLOPEZSANMARTIN
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