Por si algo le faltara al de por sí confuso y preocupante entorno mundial, la creciente tensión en Medio Oriente hace que se prendan todas las luces de alarma.
La semana pasada fueron “eliminados” (en la jerga militar israelí) un comandante militar de Hezbollah, la organización militante islámica que controla el sur del Líbano y dos altos mandos de Hamas, uno de ellos el negociador en los evidentemente infructuosos diálogos para un cese al fuego en Gaza.
El asesinato de Ismail Haniyeh sucedió en Teherán, donde se encontraba con motivo de la toma de posesión del nuevo presidente iraní, en un acto que para el nuevo gobierno iraní obliga, en la lógica del ojo por ojo, a acciones de venganza.
El asesinato en Teherán se dio inmediatamente después de la visita de Benjamín Netanyahu a Estados Unidos, donde fue ovacionado en el Congreso, recibido con enormes muestras de afecto por Donald Trump y, eso sí, tratado con frialdad por la vicepresidenta y ahora virtual candidata del partido demócrata, Kamala Harris.
Cuesta trabajo entender la lógica bajo la cual opera Netanyahu, de quién se dice ha tenido ya serios desacuerdos con sus jefes militares y de inteligencia, que lo acusan de estar deliberadamente bloqueando un posible acuerdo para un cese al fuego en Gaza.
Si bien Netanyahu no acepta culpa alguna, lo cierto es que esos choques internos palidecen frente al enfriamiento y creciente tensión con el todavía presidente de Estados Unidos, Joe Biden, y a la sorprendentemente exitosa candidatura de Kamala Harris.
Hay quien cree que al tensar la liga con Hezbollah en Líbano y con Irán, Netanyahu busca expandir el conflicto con dos objetivos: la supervivencia política propia, ya que difícilmente sería separado del cargo en tiempos de guerra, y por otro lado obligar al gobierno de Estados Unidos a asumir una postura más decidida de apoyo a Israel o, en su defecto, apostarle al regreso de su amigo y aliado Donald Trump a la Casa Blanca.
Nada de lo anterior quita culpas ni responsabilidades ni a Hamás ni a Hezbollah ni a Irán, que patrocina a ambos. Pero es innegable que después de los sanguinarios ataques terroristas del 7 de octubre del año pasado, las represalias israelíes han parecido estar dictadas más por el interés propio de Netanyahu que por la búsqueda de la paz y seguridad que Israel necesita y reclama.
Para quien lo dude, no hay más que ver cómo la ola de simpatía y solidaridad, que en un principio recibió Israel tras los ataques, se ha convertido en una condena casi universal por la dureza y brutalidad de su respuesta, que dura ya casi diez meses.
Hezbollah, Hamas e Irán son enemigos jurados de Israel, pero el mayor daño a su reputación e imagen internacionales lo ha causado quien debería ser su principal defensor: Benjamin Netanyahu.
POR GABRIEL GUERRA CASTELLANOS
@GABRIELGUERRAC
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