“Inventando Japón” (Modern Press, 2004) es un ensayo sobre una de las transformaciones más sorprendentes de la historia moderna: ¿cómo un archipiélago gobernado durante siglos por una vieja tradición aislacionista se convirtió en una potencia imperial, luego sufrió una derrota catastrófica y finalmente resurgió como un país modelo, todo en el lapso de apenas un siglo? Ian Buruma (La Haya, 1951) responde a esa pregunta sin suscribir el relato triunfalista de la “modernidad”, sino esforzándose por registrar las ambivalencias, improvisaciones y ansiedades que se agitan dentro de ella.
Su argumento no es que la modernización japonesa haya sido falsa o forzada, sino que se trató de un proceso en el que los japoneses no fueron víctimas pasivas, fueron agentes estratégicos que, entre presiones externas y cambios internos, engendraron al Japón moderno.
El proceso comenzó en 1853, con la llegada de los “barcos negros” del comodoro Perry, un acontecimiento que marcó el fin de un aislamiento de más de dos siglos. Durante ese tiempo, Japón —salvo por un contacto muy limitado con comerciantes chinos y holandeses en el puerto de Nagasaki— había vivido voluntariamente autoexcluido del mundo. Lejos de interpretar ese momento como una pérdida o una simple imposición extranjera, Buruma lo ve como el inicio de una prolongada —y en ocasiones divertidamente teatral— negociación con la influencia externa. La Restauración Meiji, en 1868, no representa para él una capitulación, sino un audaz ejercicio de mestizaje cultural: ciencia occidental combinada con mitos sintoístas, códigos legales alemanes con ética confuciana, admiración por la elegancia de Francia con nostalgia samurái.
Otra virtud de Buruma es su sensibilidad trágica, evidente en su interpretación de cómo la obsesión japonesa por la fuerza y el respeto, alimentada por el temor a la humillación, desembocó en un nacionalismo agresivo y expansionista. Así, el culto al emperador, la ocupación de vastas regiones de Asia y la fatídica aventura de la Segunda Guerra Mundial no son tanto desviaciones sino expresiones extremas del mismo impulso que inspiró las reformas Meiji. La gran ironía es que, al tratar de evitar la dominación extranjera, Japón terminó por imitar —y en ciertos aspectos incluso superar— las aspiraciones coloniales de Occidente.
Buruma es elocuente al mostrar las tensiones provocadas por la modernización japonesa: el racionalismo tecnocrático del Estado Meiji convive con visiones románticas del pasado tradicional; la efervescencia creativa de la era Taisho coexiste con la censura y el autoritarismo; la apuesta por la democracia en la posguerra contrasta con el silencio en torno a los crímenes de guerra...
El libro culmina con los Juegos Olímpicos de Tokio de 1964, más que un evento deportivo, un símbolo de redención: un nuevo Japón moderno, pacífico y democrático, se presentaba ante el mundo. Vaya relato sobre la alquimia de la identidad histórica: no una esencia inmutable, sino un proceso siempre inacabado de reinvención.
POR CARLOS BRAVO REGIDOR
COLABORADOR
@carlosbravoreg
MAAZ