En una pequeña librería de un barrio parisino aparece la magia. Su guardián es un viejo librero que conoce de memoria sus colecciones. Sabe que tiene un Madame Bovary de 1856 y que Dostoievski y Yourcenar son buenos para el alma.
Un día la paz de ese refugio se ve alterada por la irrupción de una actriz de teatro. Aunque el librero ha enfrentado todo tipo de batallas: que los libros no son un negocio, el accidente de su hija (postrada en una silla de ruedas), la partida de su esposa, no está preparado para que su rutina cambie de trayectoria.
La actriz le pide una recomendación de lectura, un libro breve que pueda leerse durante el recorrido de tres estaciones del metro. El librero no tiene ninguna duda y pone en sus manos Los treinta y tres nombres de Dios de Marguerite Yourcenar. Ella se queda con el poema 16: “La mano que se pone en contacto con las cosas”. Y a partir de ese momento las palabras son suyas. Aunque también pudo escoger el número 32: “El silencio entre dos amigos”.
Estas son algunas estampas de la película Una librería en París de Sergio Castellito (2021). El director nos comparte la pasión obcecada de un librero que convive con fantasmas y nos hace recordar el poema de Quevedo:
Retirado en la paz de estos desiertos,
con pocos, pero doctos libros juntos,
vivo en conversación con los difuntos
y escucho con mis ojos a los muertos.
Nuestro librero se niega a seguir el consejo de uno de sus amigos: “Tienes el espacio, yo pongo el vino, vendamos vino”. En vez de eso, recomienda un último libro a la actriz: Noches blancas de Dostoievski. ¿Quién recomienda las letras tormentosas del genio ruso? Ella se ríe pero se queda con el libro.
El señor librero se acordará -seguramente- todos los días de la frase final de Noches blancas: "Dios mío, ¿acaso un momento de felicidad no es suficiente para colmar toda una vida?".
Por Daniel Francisco
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74
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