La nueva anormalidad

Agua y ajo

A Emmanuel Macron, considerado un líder a la altura de la democracia del siglo XXI, le ganó el berrinche. Su caso sirve de advertencia para cuando la cordura se pierde.

Agua y ajo
Nicolás Alvarado / La Nueva Anormalidad / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Soy hijo de servidor público. Entre mis amigos más entrañables se cuentan servidores públicos. Más allá, me conmueve la que entiendo como la mística del servicio público: trabajar para tantos como sea posible a partir de la visión de una sociedad de ciudadanos dotados de agencia pero también de corresponsabilidad, echando mano del conocimiento y la evidencia para generar políticas sometidas a evaluación y corrección permanentes.

Un 40 por ciento de las 227 jornadas que dediqué al servicio público estuvo consagrado a ello. El otro 60 se me fue en defender el proyecto ante personas que, en el mejor caso, pensaban distinto y creían poder hacerlo mejor que yo y, en el peor, peleaban por prebendas y negocios que mi presencia les obstaculizaba, mientras lidiaba con problemas de recursos humanos tan nimios como distractores y resistía los embates de unos medios que veían mi gestión con escepticismo o, peor, respondían a intereses de poderes fácticos y sus operadores. O sea en politiquerías.

Ni aguanto nada.

No lo digo con sorna: eso es ser servidor público. Uno de nivel tan bajo como yo la pasa menos mal que un presidente de la República. Digamos Emmanuel Macron.

La devoción de Macron tanto por el conocimiento como por los valores republicanos, aparejada a una cosmovisión política que considera obsoletas las nociones de izquierda y derecha, y pertinentes las de liberalismo y autoritarismo, me habían llevado a pensarlo un demócrata para el siglo XXI. Hasta antier.

Las recientes elecciones legislativas francesas arrojaron la derrota acaso injusta pero irrefutable del polo macronista ante una coalición de izquierda que incluye La France Insoumise, el partido populista e iliberal fundado por Jean-Luc Mélenchon. En un sistema semiparlamentario como aquél, es costumbre que el presidente forme gobierno con esa mayoría. A más de 7 semanas de esos comicios, Macron sigue sin designar gabinete, primero dizque por “tregua olímpica”, ahora por mera marrullería.

El macronismo intentó formar un frente legislativo amplio que abarcara del comunismo al republicanismo pero marginara los extremos populistas; la idea era digna de saludo pero fracasó. El Nuevo Frente Popular –la victoriosa coalición de izquierda– le propuso entonces  como primera ministra a Lucie Castet, compañera de camino tanto del melenchonismo como del socialismo pero sin militancia partidista, lo que es sensato. Macron la rechazó en aras de una pretendida “estabilidad institucional”. El pasmo sigue. El berrinche también.

Un servidor público brega o renuncia. Un político construye acuerdos. Y un demócrata reconoce incluso la victoria de aquel que no lo es. Hace casi dos meses que mi admirado Macron no se comporta como ninguna de las tres cosas.

La decepción funciona como espejo de aumento. Hay que asomarse.

POR NICOLÁS ALVARADO 

COLABORADOR 

IG y Threads: @nicolasalvaradolector

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