En una noche de agosto de 2024 la gran violinista Akiko Meyers interpreta en la Sala Nezahualcóyotl la obra Fandango del compositor mexicano Arturo Márquez. No es habitual tener a un personaje así en un recinto universitario. La sala está llena, el público guarda silencio, pero como todo momento inolvidable tiene que ser grabado, se alcanzan a ver algunos celulares encendidos.
La realidad debe ser retocada con filtros, subtítulos y nosotros debemos ser los protagonistas de la historia: “yo estuve ahí”. El instante fugaz hay que atraparlo. El cerebro recuerda lo que quiere, nunca confiemos en él. Y aunque ese momento estelar, irrepetible (¿dónde estás Heráclito?: “Ningún hombre puede cruzar el mismo río dos veces, porque ni el hombre ni el agua serán los mismos”), se esfumará pronto, podremos verlo después junto con los miles de archivos que conservemos. Faltarán detalles mínimos: el asombro, la emoción, los olores, las miradas de los demás asistentes (la realidad tan sobrevalorada).
“El día pasa…los recuerdos quedan”. No es el aforismo de un filósofo, ni la frase de un político. Es la publicidad de una empresa fotográfica que se adelantaba a los tiempos de las redes sociales. Esa frase acompañaba a un dibujo en el que se ve a una pareja mirando una montaña cubierta de nieve. Fue impresa (¡sí, en papel!) un agosto de 1954 en un diario mexicano.
La vida es efímera, mejor postéala, súbela a las redes sociales, conservemos una prueba de que sí pasó lo que creemos que pasó. Win Wenders retrató esta angustia en 1991 en su película Hasta el fin del mundo (¡y la vi en un cine!). Un científico crea un aparato que logra grabar los sueños. De pronto ya nadie quiere vivir, sólo desean perderse en esa realidad alterna.
Milan Kundera reflexionó en su novela La Inmortalidad (1990) sobre esta obsesión por captar las imágenes: “La vida se ha convertido en una única gran orgía en la que todos participan. Todos pueden ver a la princesa inglesa desnuda celebrando su cumpleaños en una playa subtropical. La cámara aparenta integrarse sólo por los famosos, pero basta con que a escasa distancia de ustedes caiga un avión, basta con que de sus camisas salgan llamas para que de pronto también ustedes sean famosos y formen parte de la orgía general, que nada tiene en común con el placer y que se limita a poner públicamente en conocimiento de todos que no tienen dónde esconderse y que cualquier está a merced de cualquiera”.
Por Daniel Francisco
Subdirector de Gaceta UNAM
@dfmartinez74