No es ningún secreto que los términos y condiciones a los que accedemos antes de ingresar a cualquier red social sirven para legitimar la vigilancia masiva que se lleva a cabo en el entorno digital. Por más simple que parezca dar nuestro consentimiento con un clic, al aceptar semejantes condiciones, accedemos intencionalmente a que la plataforma a la que acabamos de subscribirnos recopile nuestros datos, los almacene y los explote bajo sus propios términos.
Y aunque estas plataformas digitales justifiquen el almacenamiento de nuestros datos como un método para personalizar nuestros servicios digitales, nadie duda que el valor verdadero de ese almacenamiento es mucho más oscuro del que pretenden.
Para el filósofo surcoreano Byung Chul Han, por ejemplo, nuestra indiferencia ante la recopilación de datos ha habilitado las condiciones propicias para provocar un “panóptico digital”, donde el usuario accede bajo su propia voluntad a no solo sentirse, sino saberse observado, vigilado y manipulado.
Sin embargo, el usuario no tiene de otra más que aceptar las reglas del juego: para acceder al mundo virtual, primero debe ceder los derechos a su privacidad y acostumbrarse a interactuar con un medio que lucra de su data.
Ahora bien, aunque este método tiene sus beneficios (como la digitalización de servicios públicos y la personalización de nuestras plataformas), también es utilizado para manipular opiniones, filtrar puntos de vista disidentes a los nuestros, incentivar el tiempo en pantalla y, en última instancia, controlar nuestro comportamiento.
Por ello, a medida que la tecnología progresa y se vuelve más sofisticada, es importante mantener el ojo abierto a nuevos métodos de control y vigilancia virtual, pues quien desconoce la historia está condenado a repetirla de una forma u otra.
Durante las últimas dos semanas, por ejemplo, la empresa de Elon Musk, Neuralink, se ha llevado la atención de los medios después de que anunciaran el inicio de su segundo implante neuronal. Durante el anuncio, Musk afirmó que su interfaz podría restaurar la vista a un ciego, curar la parálisis e incluso fusionarnos con herramientas de inteligencia artificial en un futuro cercano.
No obstante, por más fabuloso que suene el objetivo del magnate norteamericano, sugiero acercarnos a esta nueva tecnología con cuidado. Si múltiples empresas tecnológicas nos manipularon y lucraron de nuestra data cuando accedimos a cederla, no me puedo imaginar lo que harían si decidimos darles acceso a nuestro cerebro.
De ahora en adelante, mejor procuremos leer con atención los términos y condiciones. Sobre todo si lo que está en juego es nuestro cuerpo.
POR TOMÁS LUJAMBIO
EEZ