Las sociedades donde el crimen ocupa el espacio público con impunidad son sociedades en retirada. El sistema de lealtades que une a los individuos bajo un esquema de derechos y deberes mutuos, eso que llamamos cultura, simplemente no puede florecer donde la dominación del más fuerte prevalece. Son sociedades enfermas, rotas.
Hace unos días, ante la investigación del New York Times que aseguró que en México las organizaciones criminales reclutan estudiantes de química, la presidenta Sheinbaum ironizó diciendo que eso solo sucedía en Breaking Bad. Luego, acudiendo al libreto macuspano, dijo que la superioridad moral del pueblo mexicano nos blinda frente a los males del enfermo pueblo gringo. Aquí no hay drogas ni drogadictos, solo ejecutados.
Algo hay de cierto en que las familias mexicanas hacen una labor heroica donde el Estado falla. En México, a diferencia de Estados Unidos, el tejido familiar es fuerte y presente. Aquí no vemos drogadictos muriendo en las calles no porque no haya drogadictos, sino porque las familias se encargan de darles techo, de lidiar con su enfermedad o de encerrarlos en centros de rehabilitación clandestinos.
La drogadicción, sin embargo, es una enfermedad que también se propaga en nuestra tierra. Sí hay Breaking Bad en México. En nuestro país, las metanfetaminas son uno de los principales negocios del narco. El consumo de esta sustancia se ha quintuplicado en 13 años. Tan solo en 2024, la Sedena desmanteló más de 400 laboratorios destinados a producir esta droga. Nuestro mercado interno también es motor de violencia.
Antecedentes de reclutamiento de ingenieros químicos para estos fines sobran, tanto en documentos de inteligencia como en casos judiciales del propio gobierno. Pero, además, por qué no reclutarían químicos si ya reclutan ingenieros, halcones, contadores, taxistas, empresarios y policías. Vaya, si hay grupos de Facebook donde se reclutan sicarios. Más de 175 mil empleados por el crimen al año, según una investigación de Rafael Prieto.
¿Con qué cara hablamos de superioridad moral cuando miles de mexicanos se emplean en la industria de la muerte? En Estados Unidos habrá adictos por fentanilo muriendo en las calles, pero no hay colgados, no hay tortura, ni fosas clandestinas, no hay alcaldes descabezados. No hay coliseos clandestinos donde jovencitos pelean por su vida, como en Lagos de Moreno, Jalisco.
La enfermedad de la violencia es también enfermedad moral. Y viene en doble sentido: desde arriba, con un Estado que no solo se niega a ser autoridad, sino que la cede a los enemigos de la nación. Y también desde abajo, de una sociedad que es materia prima del crimen organizado.
La criminalidad y la violencia no surgen en el vacío, son productos sociales. Miremos a Sinaloa: durante años, los sinaloenses toleraron y hasta vanagloriaron la paz narca y su sociedad paralela. Hicieron de ella su cultura, su sistema de lealtades. Hoy no pueden sorprenderse de que ese sistema se exprese como mejor sabe hacerlo, con violencia. Por eso hace bien el secretario Harfuch en su llamado de atención: los ciudadanos tienen que distinguir dónde está su lealtad. Y la lucha por el orden “durará lo necesario”, pues esa batalla civilizatoria no es otra cosa que la batalla por la sociedad.
La legalidad se construye con autoridad, sí, bajo la insistencia de un sistema de premios y, sobre todo, de castigos a las conductas antisociales. Pero es también la cultura. El día que los mexicanos abracemos el orden, el sistema de responsabilidad que nos hace respetar el valor del otro, entonces sí podremos hablar de riqueza cultural.
POR CARLOS MATIENZO
DIRECTOR DE DATAINT
@CMATIENZO
MAAZ