Occidente parece atrapado en un período de tensiones geopolíticas que muchos han denominado "Guerra Fría 2.0". Este término se utiliza para describir el enfrentamiento contemporáneo entre potencias como Estados Unidos, Rusia y China, que recuerda al conflicto ideológico, militar y económico que marcó la segunda mitad del siglo XX entre Estados Unidos y la Unión Soviética.
Sin embargo, la versión actual difiere en varios aspectos clave: no se limita a una rivalidad entre dos superpotencias, incluye nuevas áreas de conflicto como el ciberespacio y la tecnología, y ocurre en un mundo interconectado por la globalización. Mas aún, no sólo refleja una carrera por la supremacía global, sino también la incapacidad de las naciones de adaptarse a un orden multipolar que exige mayor cooperación y menos confrontación.
El ministro ruso de Exteriores, Serguéi Lavrov, advirtió recientemente que este enfrentamiento con Estados Unidos es más riesgoso que el del siglo pasado. El trasfondo es inquietante: los errores estratégicos de Occidente han contribuido a profundizar una crisis global que se agrava cada día más.
Desde el inicio de la invasión rusa a Ucrania en febrero de 2022, Estados Unidos y sus aliados europeos apostaron por una política de sanciones económicas y apoyo militar masivo a Kiev, con resultados mixtos hasta ahora. A pesar de las sanciones, la economía rusa ha demostrado una sorprendente resiliencia, con un crecimiento estimado del 2.2% en 2023, impulsado por el comercio con China, India y otros países del Sur Global. Mientras tanto, Europa enfrenta una crisis energética persistente, con un aumento del 17% en los precios del gas este otoño, lo que subraya su dependencia del petróleo ruso después de casi dos años de guerra.
Más preocupante aún es la falta de una estrategia diplomática coherente. La reciente negativa de Ucrania a negociar alternativas a su ingreso en la OTAN, públicamente apoyada por Washington, es vista por Rusia como una línea roja inquebrantable. En lugar de buscar un marco de negociación flexible, Estados Unidos ha adoptado una postura rígida que limita las opciones para una resolución pacífica. Este enfoque alimenta la percepción de que Occidente busca mantener la guerra para debilitar a Rusia, a cualquier costo.
Por otro lado, el envío de armamento avanzado, como tanques Abrams y misiles Storm Shadow, ha intensificado el conflicto en lugar de contenerlo. Los ataques rusos han alcanzado nuevos niveles de agresividad, dejando a millones de ucranianos sin electricidad en pleno invierno. Al mismo tiempo, Estados Unidos pierde influencia global. Las naciones BRICS, que representan el 40% del PIB mundial, han criticado abiertamente las "políticas hegemónicas" occidentales, reforzando el bloque ruso-chino y cuestionando el liderazgo de Washington en un orden mundial que parece cambiar rápidamente. ¿No es este un indicador de que la estrategia occidental está empujando a más países hacia la órbita rusa?
La victoria de Donald Trump, con su propuesta de excluir a Ucrania de la OTAN y ceder territorio a Rusia, no solo debilita la cohesión occidental, sino también legitima las narrativas del Kremlin sobre una alianza fracturada. Mientras tanto, Europa enfrenta una creciente fatiga de guerra. Por ejemplo un 56% de los alemanes expresó en una reciente encuesta que el gobierno debería priorizar la estabilidad económica sobre el apoyo militar a Ucrania.
Occidente debe detenerse y repensar su estrategia. ¿Es sostenible continuar en una dinámica de confrontación directa con Rusia? La respuesta es un no. ¿Es viable un mundo donde las grandes potencias parecen condenadas a perpetuar conflictos sin fin? Las decisiones que se tomen ahora marcarán si esta crisis es el inicio de una tragedia mayor o una oportunidad para corregir el rumbo y evitar que esta "Guerra Fría 2.0" se convierta en un abismo insalvable.
POR TALYA ISCAN
Catedrática FCPyS, UNAM. UP.
@TALYAISCAN
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