La cumbre del G20 en Río de Janeiro ha dejado claro que la política internacional se encuentra en un punto de inflexión. En un mundo sacudido por las crisis climática, económica y social, México emerge como un actor clave que articula soluciones innovadoras y audaces.
La presidenta Claudia Sheinbaum llevó a la mesa una propuesta transformadora: destinar el 1% del gasto militar mundial a programas de reforestación inspirados en el exitoso modelo mexicano de "Sembrando Vida". Esta iniciativa no solo aborda la crisis climática con pragmatismo, sino que también busca combatir el hambre y la pobreza, tocando las raíces de las desigualdades estructurales.
La propuesta de Sheinbaum es tan pragmática como ambiciosa. Con un presupuesto estimado de 24,000 millones de dólares, busca redirigir recursos actualmente destinados a perpetuar conflictos hacia la restauración del medio ambiente y el combate al hambre y la pobreza.
Este planteamiento llega en un momento crucial, cuando el G20 ha subrayado la necesidad de desbloquear flujos de financiamiento climático y reformar la arquitectura financiera de los bancos de desarrollo. La cumbre, que culminó con la aprobación unánime de un comunicado final, evidenció el consenso sobre la urgencia de actuar, pero también tensiones entre países desarrollados y en desarrollo sobre cómo distribuir responsabilidades y recursos.
En el ámbito climático, los líderes del G20 reafirmaron su compromiso con los objetivos del Acuerdo de París, en particular con la meta de limitar el aumento de la temperatura global a 1.5 grados Celsius. Sin embargo, las declaraciones quedaron cortas al no incluir un lenguaje más contundente sobre la eliminación de combustibles fósiles, reflejo de la presión ejercida por los países productores de petróleo. La cumbre, no obstante, abrió la puerta a mecanismos innovadores como el impuesto progresivo a las grandes fortunas. Un gravamen del 2% sobre los ultrarricos podría generar 250,000 millones de dólares al año, una suma que transformaría radicalmente el alcance de las iniciativas climáticas y sociales.
En paralelo, México asumió la coordinación de MIKTA, un grupo clave que reúne a México, Indonesia, Corea del Sur, Türkiye y Australia. Este foro, menos mediático, pero igualmente estratégico, permite a México posicionarse como un puente entre regiones y culturas diversas, consolidando su liderazgo en temas como la reforma de las instituciones financieras internacionales y la promoción de un desarrollo equitativo y sostenible.
Lo que está en juego es más que la reputación internacional de los países miembros del G20 o de MIKTA. El futuro de millones de personas y del planeta depende de la capacidad de las naciones para transformar estas palabras en acciones concretas. La propuesta de México en Río no es solo un llamado a la acción; es un recordatorio de que otro mundo es posible si se priorizan las vidas humanas y el medio ambiente sobre los intereses económicos cortoplacistas.
El desafío ahora es monumental. Los compromisos asumidos en Río deberán enfrentarse a la resistencia de actores poderosos que se benefician del status quo. Sin embargo, cumbres como esta demuestran que la diplomacia internacional puede ser un motor de cambio. La pregunta es si el resto del mundo estará dispuesto a seguirlo.
PAL