En 1948 se estrenó Nosotros los Pobres, de Ismael Rodríguez, una película clásica de la llamada época de oro del cine mexicano; un melodrama urbano que exaltaba los valores de los pobres y de la pobreza: honradez, trabajo, fe y abnegación. Los pobres tienen un lugar ganado en el cielo a costa de las penurias y sufrimientos en este mundo.
Sus protagonistas, Pepe El Toro, La Chorreada, Chachita y otros personajes, se convirtieron en tipos sociales. Un mundo binario, dividido en “nosotros” y “ustedes”, el pobre contra el rico. Buenos contra malos.
Como sabemos, a fuerza de verlas una y otra vez en la televisión, Nosotros los Pobres fue seguida, obviamente, por Ustedes los Ricos y, años después, Pepe El Toro. Una trilogía cuyo discurso y narrativa fue totalmente convenientes a los gobiernos posrevolucionarios.
En 1950, se presentó Los Olvidados, de Luis Buñuel. Gran escándalo. ¿Cómo era posible que, en el México de la Revolución, del progreso, se presentara la cara brutal y miserable de los pobres, que por miles llegaban a la Ciudad de México, a los caseríos insalubres de Santiago Tlatelolco? Inaceptable hablar de incesto, traición, asesinato, supersticiones y miseria entre los pobres. También El Jaibo, Pedro, Meche y El Ciego eran parte de esa sociedad.
Buñuel salió por piernas de México por un tiempo; tuvo el acierto de llevarse su película e inscribirla en el Festival de Cannes, donde ganó en ese y en otros muchos festivales. El director y su película regresaron triunfantes, pero eso ya es otra historia. Los Olvidados es patrimonio de la Humanidad.
Hablo de Nosotros los Pobres y Los Olvidados porque, por más vueltas que le doy en mi cabeza, por más que busco en los documentos oficiales y en la propia iniciativa, no encuentro un argumento, una línea válida, pertinente o medianamente racional que justifique la desaparición del CONEVAL.
Entiendo la tirria que políticos y políticas de antes y de ahora le tienen a la transparencia. Que el nuevo bloque hegemónico quiera eliminar los órganos de competencia económica por su perfil neoliberal. Pero, ¿por qué eliminar la institución que mide los impactos de las políticas sociales?
A nadie le gusta ver la pobreza ni a los pobres. Ni frente a los grandes hoteles y mansiones, ni en las plazas públicas exhibiendo sus miserias.
Me da la impresión de que los informes oficiales de los políticos de ahora, como los de antes, cuentan la historia de Pepe El Toro, su familia y amigos. Una narrativa controlada e inofensiva para el sistema.
El CONEVAL, aún con su enfoque demasiado cuantitativo, cumplía la función de Los Olvidados: hacer visible la pobreza, la miseria y las necesidades. Si las cosas siguen como hasta ahora, no habrá CONEVAL, pero eso no soluciona el problema; solo lo mantiene debajo de la alfombra.
Eso pienso yo, ¿usted qué opina?
La política es de bronce.
POR ONEL ORTIZ FRAGOSO
ANALISTA POLÍTICO
@ONELORTIZ
MAAZ