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El tiempo de la promesa

Prometer no empobrece, reza el dicho, pero un mundo sin promesas es un mundo profundamente empobrecido

El tiempo de la promesa
Carlos Bravo Regidor / Radar de libros / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

“Hacer promesas parece un gesto antiguo”, escribe Marina Garcés (Barcelona, 1973). Es un riesgo en desuso, una experiencia ajena a las hipersensibilidades contemporáneas, una práctica desdeñable como pretenciosa o hasta cursi. Porque prometer supone tener fe en el valor de la palabra, en el deber que obliga y en la posibilidad del futuro, atributos que no sólo escasean en la actualidad sino, más aún, cuya escasez constituye uno de los rasgos fundamentales de este momento histórico. En un mundo en el que predomina la desconfianza, la precariedad y la inmediatez, no hay condiciones que hagan viable –creíble siquiera– el ritual de la promesa. 

¿Cómo es que un ideal tan noble se convirtió en una palabra tan vacía? A golpe de abusos, de traiciones y falsedad: “las promesas incumplidas”, sostiene Garcés, “son la fuente de buena parte de la patología de nuestro tiempo”. Pero la degradación de la promesa también es producto de la indiferencia y el conformismo. Porque prometer no empobrece, reza el dicho, pero un mundo sin promesas es un mundo profundamente empobrecido: cínico, desafecto, a la deriva.

“El tiempo de la promesa” (Anagrama, 2023) es un ensayo en el que su autora reconstruye la genealogía de la promesa como idea filosófica pero también como una forma de lazo social. “Si prometer es ponerse uno mismo delante, es decir, exponerse, el verbo comprometer insiste en que eso sólo es posible como un vínculo que nos ata a otros destinos. Ese es el sentido del compromiso, que literalmente significa ‘prometer con’ o ‘prometer juntos’. Cualquier compromiso es una atadura, así como toda promesa refuerza el vínculo porque lo sostiene a través del tiempo”. 

Una promesa no deja de ser un delirio, un afán de afirmar nuestra modesta soberanía existencial frente a la vastedad de nuestra insignificancia cósmica. Ese delirio, sin embargo, nos hace humanos: traza un rumbo, crea un significado, nos dota de “un lugar propio en la trama de lo real”. 

Prometer es un pequeño acto de emancipación contra el imperio invencible de la incertidumbre. Su eficacia consiste, paradójicamente, no en proponerse derrocarlo sino en aspirar a habitarlo con dignidad. Prometer es dar un paso al frente, desafiar al azar de la historia y a las veleidades de la fragilidad humana, planteando con convicción una voluntad cuya fuerza, en última instancia, no reside en que logre cumplir lo que ofrece –nadie puede garantizarlo con absoluta seguridad–, sino en que lo ofrezca de verdad.

“La verdad de la promesa”, concluye Marina Garcés, “no parte del reconocimiento de la realidad (de lo que es cierto o verídico), sino de la invención de un posible que incluso podía no estar previsto. No se somete al imperativo de la predicción, porque no predice futuros probables, prefigura futuros deseados”.

Prometer es dispararle una flecha al blanco del porvenir con la intención de crearlo.

POR CARLOS BRAVO REGIDOR

COLABORADOR

@CARLOSBRAVOREG

MAAZ

 

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