Columna Invitada

Inteligencia Artificial: Falacia de infalibilidad

Los procesos digitales son el gran almacén de datos cuyo procesamiento algorítmico ofrece soluciones, debido a insumos aportados por todos nosotros.

Inteligencia Artificial: Falacia de infalibilidad
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Un tópico establecido es que el Derecho va a la zaga de la realidad de los hechos. Lo cual, a mí parecer no siempre es un defecto. Por el contrario, entenderlo así es una ventaja que permite el análisis de los acontecimientos para determinar su relevancia jurídica y generar una regulación acorde a tales hechos. Con este punto de partida me permito hacer frente a aquellas ideas –por demás, equivocadas– según las cuales el Derecho parece ser una disciplina que vive de resabios y que está anquilosada en los fulgores del pasado. Craso error de quienes piensan así y desafortunadamente abundan.

Esto viene a cuenta con un tema de actualidad: la inteligencia artificial.

En un magnífico texto del profesor surcoreano Byung-Chul Han, Infocracia. La digitalización y la crisis de la democracia, he encontrado algunas advertencias objetivas a este tema inevitable, de las que me ocupo aprovechando la generosidad y apertura de El Heraldo de México.

Creemos haber encontrado una especie de panacea tecnológica capaz de responder por nosotros y de realizar nuestras tareas, incluso con mayor eficacia de la que el podríamos obtener por sí solos. Se ha aseverado que, una democracia digital licuaría la osificada democracia representativa: más directa no podría ser, se trataría de una democracia en tiempo real y, sin duda, presencial.

Pero no caigamos en las redes de este nuevo canto de sirenas y como Ulises atémonos fuertemente para no caer en la tentación cuya consecuencia sería trágica. Idealizar la inteligencia artificial o la demagogia de las redes sociales, sin dejar de reconocer que son una gran herramienta y sólo eso, nos llevaría a extremos como divinizar el algoritmo, deificar al Gran Hermano orwelliano y a totemizar cualquier artilugio como un verdadero señor de las moscas, según William Golding.

Los procesos digitales son el gran almacén de datos cuyo procesamiento algorítmico ofrece soluciones, debido a insumos aportados por todos nosotros. En una idea reduccionista todo se vuelve estadístico y, si se quiere, es comparable con la suma de voluntades rousseauniana al no contemplar las minorías, los disensos y los contrargumentos.

Las alternativas digitales nos aportarán explicaciones y argumentos, sin esperar a que éstos sean debatidos o que se expresen disensos. Lo cual nos conduce a dar por sentado que tales datos tienen la calidad de irrefutables e impolutamente correctos. La racionalidad digital no es suficiente, necesitamos racionalidad discursiva la cual nos aporta un potencial abanico de soluciones plausibles y no únicas.

Mientras la racionalidad digital aparentemente es infalible, lo que implica conocimiento estancado por acumulación del que no puede esperarse cuestionamientos, la racionalidad discursiva eminentemente humana es falible y es cuestionable. Pero en ese defecto tan humano encuentra su principal valor: genera conocimiento, lo mantiene actualizado, lo reinventa y lo hace vivo. La prédica del prueba-error es lo que nos ha llevado a corregir, a desmitificar y desacralizar. Hay un derecho a cuestionarlo todo.

¿La masificación provocada por las redes sociales realmente son incluyentes? Una mirada fácil supondría que cualquiera tiene el derecho de asistir al debate. Pero un mejor escrutinio de las cosas nos permite observar que, en realidad, eso no conforma una verdadera esfera de lo público, ni provoca una real acción comunicativa, como lo establecen Hanna Arendt y Jürgen Habermas. La discusión actual de los problemas que tiene la sociedad se ha banalizado en un discurso irracional. No hay reglas que permitan mantener la racionalidad de lo que se discute, las opiniones se desbordan, la temática se dispersa en una verdadera Torre de Babel. Parecería cada vez más que quienes hablan siempre solo quisieran ser escuchados sin permitir hablar a los demás para no ser exhibidos en sus errores.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

EEZ

 

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