Columna invitada

El nuevo Quinto Sol de Oscar Bachtold

Éxtasis del ser finito, crecimiento descomunal de Oscar Bachtold como creador que proporciona escenas críticas y verosímiles más allá de lo “objetivo” y lo “subjetivo”. Esta es la magia de quien merece ser llamado tlacuilo: aquél que escribe pintando

El nuevo Quinto Sol de Oscar Bachtold
Luis Ignacio Sáinz / Colaborador / Opinión El Heraldo de México Foto: Foto: Especial

Oscar Bachtold, creador poderoso que se sitúa entre mundos, a medio camino de intuiciones contrastantes de lo real y las realidades, revisita en su más reciente fase compositiva uno de los basamentos de la filosofía náhuatl: el Quinto Sol: Nahui Ollin, movimiento perenne del universo y la incansable renovación, exposición montada en la Academia de San Carlos (Unidad de posgrado de la Facultad de Arte y Diseño de la UNAM; Academia 22, Centro Histórico, Cuauhtémoc, CP 06060, CDMX). 

Se trata de un alud de representaciones extraordinarias, seductoras y brutales al alimón, cuadros de formatos disímiles, desde pequeños de 30 x 30 cm, magníficos exvotos “heréticos”, grandes de 120 x 120 cm, capaces de fungir de hagiografías de los dioses y retratos  de los personajes involucrados en la saga cósmica, hasta uno de 200 x 200 cm y varios más de 250 x 200 cm, superficies que alientan la descripción tipo códice de los acontecimientos sobrenaturales. Mérito indudable el de poder transitar de una dimensión acotada a otra expansiva sin que sufra ninguna mella el tratamiento icónico. Sorprende,  pues es sabido que el formato determina el encuadre y somete la composición, mediante las proporciones y la disposición.

Las medidas más recurrentes son las que se aproximan a la proporción áurea y las correspondencias del cuadrado. Nuestro artista se mueve libérrimo sin subordinar su expresión a las prescripciones técnicas del oficio.El aparente lirismo que pudiera adosarse a esta constelación de piezas desaparece si miramos con detenimiento las alusiones y encarnaciones filosóficas y literarias de pasajes de la religiosidad indígena prevaleciente en el Altiplano (ahora) mexicano, que denotan un conocimiento profundo de una de las fuentes nutrientes de nuestra identidad, rasgo que le permite connotar su significación y sentido.

Tremenda genealogía de los dioses mesoamericanos que inspira y alienta la visualidad de uno de los discípulos más cercanos de Gilberto Aceves Navarro, quien también abrevó en algunas de sus series en el panteón prehispánico y en urbes como Monte Albán. Este universo de signos y emblemas prohíja una suculenta pintura: intensa, matérica, vibrante, saturada de color, sin reposo.

El mito fundacional y sus leyendas derivadas le proporcionan al cronista visual elementos sinfín para ilustrar su desasosiego; empeño que cumple, a pesar de los pesares de nuestra historia reciente, con alegría y desparpajo. No se trata de un arte de tesis, pero sí de uno testimonial, donde el autor elude la banalidad de buena parte de la estética contemporánea, instalada en un inmediatismo identificado con el no-pensar, propio de quienes creen que silenciar y eludir los problemas, los diluye. 

Deviene más o menos una obviedad que en la investigación que desarrolla el pintor para columbrar su imaginería haya consultado al franciscano Bernardino de Sahagún y su trabajo con informantes indígenas en el Colegio de la Santa Cruz, los ancianos nobles y los discípulos aventajados del fraile (Antonio Valeriano, de Azcapotzalco; Martín Jacobita y Andrés Leonardo, de Tlatelolco y Alonso Bejarano, de Cuautitlán): Códice Florentino o Historia general de las cosas de la Nueva España (1547-1585) en doce libros bilíngües náhuatl-español que abarcan todos los aspectos de la sociedad indígena, desde la naturaleza de los dioses hasta la conquista vista desde el punto de vista de los pueblos originarios.

Esta magna obra vio la luz hasta 1829 solo gracias a los afanes de Carlos María de Bustamante, ya que la Corona española consideró las opiniones de Sahagún como políticamente incorrectas, pues fueron calificadas de favorables a los indios.

Éxtasis del ser finito, crecimiento descomunal de Oscar Bachtold como creador que proporciona escenas críticas y verosímiles más allá de lo “objetivo” y lo “subjetivo”. Esta es la magia de quien merece ser llamado tlacuilo: aquél que escribe pintando. Amén.

LUIS IGNACIO SÁINZ

COLABORADOR

SAINZCHAVEZL@GMAIL.COM   

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