Apenas llevamos unas semanas de iniciados los ejercicios de simulación de las precampañas que no se atreven a decir su nombre, y ya aparecieron los tres enmascarados que nunca quisiéramos ver en la política: el racismo, el antisemitismo y la misoginia.
Si bien con frecuencia van de la mano, cada uno tiene sus propias particularidades y genera su propia perversa dinámica. Es necesario señalarlo a tiempo para que estos embozados no puedan minar la siempre atribulada democracia mexicana.
Ninguno de los tres fenómenos es nuevo, pero en esta ocasión se vuelven mucho más notorios y evidentes dadas las características de la contienda y de sus protagonistas principales, entre quienes destacan varias mujeres.
Una de ellas, Claudia Sheinbaum, encabeza las preferencias en el proceso interno del partido que también encabeza las encuestas en el muy adelantado proceso de adivinación sucesoria. Es decir, es en este momento la candidata a vencer.
Contra ella surgió una cobarde campaña anónima enfocada en “denunciar” que es judía (cierto) y en qué no nació en México (falso). Nada original, pues la segunda parte copia lo que se intentó hacer para desacreditar a Barack Obama en EEUU, pero es la primera la que me ocupa: al tratar de convertir su religión en un rasgo negativo, los autores quisieran llevarnos de regreso a las tinieblas en las que solo ellos viven.
El segundo caso es el de Xóchitl Gálvez, quien ha tenido un repentino despunte dentro del igualmente simulado proceso de la Alianza opositora. Tan de sorpresa tomó a propios y extraños que el oficialismo recurrió al absurdo y ridículo recurso de pretenderle negar su propia etnicidad, como si el ser o no indígena fuera algo que se pudiera certificar y, todavía más aberrante, esa “certificación” pudieran darla hombres blancos o mestizos.
La misoginia que mencioné al inicio es algo repugnantemente común en nuestro pequeño mundo político, pero no por ello debemos callar al respecto: en este caso se ha dirigido a las dos precandidatas de la misma manera que a tantas otras mujeres en la esfera pública. De ambas se ha dicho que su ascenso es producto de la voluntad, de la decisión, de un hombre. Como si la carrera profesional o política de una mujer no sucediera más a pesar de los hombres que gracias a ellos, como si todo lo mucho que logran las mujeres en un país tan machista y tan misógino no fuera doble o triple mérito, como si quienes difunden esas afrentas no tuvieran madres, hijas, hermanas, esposas.
Menciono estos dos casos por ser los más visibles, por ser los ataques en su contra los más deleznables, pero no son ellas las únicas.
No importa nuestra filiación política, nuestra simpatía o antipatía partidista, nuestra probable intención de voto: debemos denunciar toda expresión de racismo, de antisemitismo, de misoginia. La salud de nuestra convivencia social está en juego.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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