Al término de la Segunda Guerra Mundial, el orden global posicionó a los Estados Unidos como una de las dos superpotencias y, bajo dicha denominación, se le imaginó todopoderosa e invencible. Pero el conflicto de Vietnam vendría a desmitificarlo: la comunidad internacional jamás imaginó que un grupúsculo de países –otrora la Indochina francesa– no industrializados y en un nivel de retraso social marcado, pudieran vencer al adalid de la democracia occidental.
Esa misma idea les hicieron creer a cinco de los Presidentes de EUA –Eisenhower, Kennedy, Johnson, Nixon y Ford– que tuvieron primero, la credulidad de pensar que ganarían fácilmente la confrontación y, segundo, la complicidad de engañar a su sociedad guardando silencio del verdadero estado de cosas.
El pasado 16 de junio Daniel Ellsberg falleció a los 92 años. ¿Y qué tiene que ver con transparencia, libertad de expresión, Vietnam y Estados Unidos? Ellsberg fue analista de las fuerzas armadas norteamericanas y dio a conocer públicamente los célebres Papeles del Pentágono –un conjunto innumerable de documentos que narra la participación de los Estados Unidos en Vietnam desde 1945–. Los principales expedientes fueron filtrados por Ellsberg al New York Times y al Washington Post con el consecuente escándalo público. Se le bautizó como el hombre más peligroso de EUA.
La crítica nacional giró en torno al papel que jugaron tanto Johnson como Nixon al callar una verdad que costó innecesariamente recursos públicos y, sobre todo, vidas de ciudadanos: el informe era claro, la guerra no podía ser ganada por los norteamericanos. Bajo criterios objetivos de planeación y evaluación de políticas públicas de seguridad y defensa, el Pentágono afirmaba la imposibilidad técnica como humana de continuar con la sangría que representaba Vietnam.
Johnson como Nixon guardaron silencio; permitieron que la torpeza del Secretario de Defensa, Robert McNamara, les hiciera alardear públicamente la mentira de que la guerra pronto acabaría, que sus hijos, es decir, las tropas regresarían a casa sanas y salvas. Ante el escrutinio social y político al que se vio sometido el Gobierno, llevó a Nixon a presionar ilegalmente a los medios para que no publicaran o no dieran seguimiento a los Pentagon Papers, inclusión hecha, de acciones judiciales contra los periódicos, directivos y periodistas.
Ellsberg justificó la publicidad de la información bajo el argumento, según el cual, “los documentos demostraban un comportamiento inconstitucional por una sucesión de presidentes, la violación del juramento a su Carta Magna por ellos y sus subordinados”. La Corte Suprema de Estados Unidos le daría la razón: el Gobierno democrático tiene la obligación de rendir cuentas, tiene prohibido falsear la información so pretexto de seguridad nacional –más aún cuando se trataba de cuestiones de bolsa y sangre, como diría Hamilton en El Federalista– y a respetar la libertad de expresión que consagra la Primera Enmienda.
De ahí la importancia del acceso a la información, transparencia, rendición de cuentas y, especialmente a la libertad de expresión, baluartes democráticos de toda sociedad política, pero también piedras en el zapato de los opacos y arcanos.
Esta lección demostró a los gobernantes del mundo que la información sobre el cumplimiento de la Constitución y transparencia, de los resulta dos de políticas públicas evitarán pagar con vidas humanas la manipulación de la verdad, con la repetición ad nauseam de mentiras completas y a medias.
El mundo actual necesita más héroes como Daniel Ellsberg y Julian Assange.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA CARRANCÁ
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
LSN