En el lejano año 1865 el Congreso de Colombia declaró a Benito Juárez Benemérito de las Américas. Siete años después, el patricio moriría colmado de honores y gloria.
En el año 2023, otro congreso sudamericano, en este caso el de la República del Perú —por contraste— trataría diferente a otro presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, con el sambenito de “persona non grata”. Repudio y rechazo.
—¿Y cuáles han sido las razones en uno y otros casos?
De la primera efeméride no tiene caso ahondar. Ya se sabe. La defensa del suelo mexicano ante la intervención francesa, orgullo para toda la América mestiza, entre otras cosas. Y en el segundo caso, la intromisión de México en los asuntos internos de Perú, especialmente la irracional defensa del golpista Pedro Castillo, y la descalificación de un gobierno de emergencia, pero de plena legalidad constitucional.
—¿Tiene razón el Presidente de México en calificar a Dina Boluarte como presidente espuria de la república andina? Quizá la tenga, pero no la tiene para decirlo y mucho menos para secuestrar por su capricho la presidencia pro tempore de la Alianza del Pacífico, cuya rotación actual favorece al Perú.
Pro tempore no significa ocupación temporal. Menos de un organismo multilateral.
Como sea, los peruanos tan ocupados como están en sofocar las manifestaciones adversas a la férrea presidencia de Boluarte, sobre todo en Chiclayo y otras zonas del país con fuerte presencia indígena, se han dado tiempo para desplegar una ofensiva diplomática (ellos le llaman defensiva) contra las intromisiones mexicanas, cuyo comienzo (debemos recordarlo), se dio cuando México envió a los secretarios de Hacienda y de Bienestar a Lima, para explicarle a Pedro Castillo cuántos son tres y cinco. Nunca entendió.
Perú ha dado dos pasos irreversibles en la actual relación entre ambos países. Y decir relación es darle nombre al vacío.
Primero, en diciembre de 2022, el embajador Pablo Monroy fue también declarado no grato y se le dieron unas cuantas horas para abandonar el país.
Una doble humillación a la cual respondió con el recurso de la falsa altivez: me echaron, pero es un orgullo.
Y tras ese hecho vino el más grave: personalizar el desacuerdo con el Presidente de México, a quien se le colgó la manifestación de desprecio. No grato. A lo cual López Obrador respondió como su embajador expulsado: es un orgullo. Vaya.
Pero independientemente de si esos orgullos son ciertos y válidos, el hecho es muy simple y la pregunta obligada:
—¿Por qué mantenemos relaciones con un gobierno espurio, cuya presidente ha echado a un embajador e insultado a nuestro jefe de Estado?
Como Síndrome de Estocolmo.
POR RAFAEL CARDONA
COLABORADOR
MAAZ