Columna invitada

Un 13 de mayo

Moni, mi hija, pintó una cartulina para alegrar el cuarto del hospital de mi mamá

Un 13 de mayo
Mónica Salmón / Columna invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Moni, mi hija, pintó una cartulina para alegrar el cuarto del hospital de mi mamá. Cantar las mañanitas en el hospital es una de las cosas más tristes que he vivido. Sin duda le cantábamos a la vida, con fuerza, y sin esperanza. Sabíamos que era su último cumpleaños. Lo sabía yo, lo sabía ella. Ante ese insoportable dolor no había mucho que hacer.

Me metí a la cama junto a Mamá, la abracé, la sentí y supe que estaba aterrada, estaba exhausta de tanta lucha. Creo que su tristeza era palpable al sentir mi dolor, mi miedo, al no saber qué iba a pasar. Llega un punto con el cáncer que ya las palabras están de más. Se aprende a acompañar en silencio. Se aprende a proteger al otro en silencio. Yo la abracé y en mi abrazo se reflejaba mi temor a perderla. Mi lazo con ella era eterno. Le transmití con mi abrazo que me faltaba valor, que no sabía cómo iba a vivir sin ella.

Mamá me miró y con una sonrisa me diio:
- Mokanita, tú vas a saber cómo aprender a vivir sin mamá.
- Pero no quiero saberlo, mamá. No quiero. ¡Te amo! ¿Lo sabes?
- Por siempre lo sabré.

Rendidas ante la lucha, entrelazadas nuestras piernas, viajé a mi infancia y le agradecí a la vida las miles de noches que tuve la oportunidad de dormir con ella.
- Fue un placer haber sido tu hija.
- Fue una bendición haber sido tu mamá, gracias por ser la hija que eres.

El sueño nos venció. Ambas quedamos profundamente dormidas. Llegó mi esposo Clemente a la habitación y nos vio abrazadas en la cama. Me despertó con un beso en la frente y de pronto cantó las mañanitas. Con una sonrisa le dijo:
- Feliz cumpleaños suegrita, ¿qué hacemos aquí? Vámonos a festejar tu cumpleaños.

Y comenzó a aplaudir para apurarnos a salir de la cama. Yo lo miraba sin saber qué estaba tratando de decir. No entendía y me parecía una mala broma.
- ¿A dónde quieres ir?

Con una mirada de melancolía y lágrimas en los ojos me dijo tiernamente:
- Mi amor, agarra tus cosas. Nos vamos a festejar a tu mamá. Tenemos reservación en el restaurante La Mansión.

Yo lo escuchaba y pensaba que era imposible irnos de ahí. Hay algo que te engancha a los doctores. ¿Cómo nos íbamos a ir del hospital con lo que me habían dicho? ¿Cómo íbamos a salir de ahí si lo que nos habían dicho era que en cualquier momento se podía asfixiar?
- ¡Nos vamos! Basta de estar aquí. Ya pasaron el día de las madres aquí metodas..No pretenden pasar el cumpleaños también ¿o sí?

Me dio una ilusión tremenda. Sentí como cuando estaba en el kínder y me asomaba por la ventana y veía a mi abuela tratando de asomarse a mi salón de clase para que yo la viera. No sabía por cuánto tiempo, pero al menos intentaba que yo supiera que ella estaba ahí, para mí.

Me puse los zapatos, abrí el closet, saqué la ropa, la metí como pude a la maleta y tan rápido como pude salí a llamarle a la enfermera para que le quitara el suero a Mamá. ¡Ya nos íbamos! Despegué la cartulina que le había hecho Moni para su Abu. Salí a la central de enfermeras y me encontré al Dr. Gloss.
- ¿Qué haces ¿Qué pretendes, Mónica?
- Irnos, se acabaron los días en este lugar.
- Eso es imposible, es una locura lo que estás haciendo con tu mamá.

- No doctor, no lo es. La vamos a llevar en ambulancia a su casa, para que esté con sus nietos en su cuarto, con sus cosas, y que festeje su cumpleaños rodeada de amor.
- Mónica, Se te va a morir en la ambulancia.
- Le voy a hacer el último cumpleaños lo mejor posible y éste no es el lugar indicado. para que nadie pase su cumpleaños, menos el último. Me la voy a llevar.

Las enfermeras de piso me dijeron que no le iban a dar el alta, que no la podían sacar. Les dije que no podía detenernos, habíamos pedido el alta y retenerla contra su voluntad es secuestro.

Me subí a la ambulancia con ella y escuché la sirena. Ya no tenía prisa por llegar al hospital; tenía prisa por llegar a su casa. Escuché la sirena y me despedí de ese ruido que implicaba urgencia. Llegamos a su departamento. Los paramédicos la subieron en camilla y lo que parecía imposible de aguantar, lo aguantó y lo aguantó bastante bien. La subieron por el elevador.

Llegamos a su recámara y en su rostro se reflejó la tranquilidad de que al menos regresaba a casa. Estaba con sus nietos, con sus cosas, en su espacio sin ser invadida abruptamente por las señoritas en turno, por los doctores, por los residentes.

Le teníamos planeada una cena en su restaurante favorito, La Mansión. Llamé al gerente para cancelar la cena para quince personas. Le expliqué que habíamos salido del hospital y que sería imposible asistir. El gerente Julio me preguntó:

- ¿Dónde se encuentra la señora Salmón?
- En casa, pero es imposible que la podamos llevar. Ya no puede caminar. La sacamos en ambulancia del hospital para que no pase su cumpleaños metida en el

ABC. Sí, quiero cancelar y pues ver si de alguna forma me pueden devolver algo o si no pues...

Me interrumpió diciendo:
- Si la señora Salmón no puede venir a La Mansión a festejar su cumpleaños, entonces La Mansión va a ir a su casa.
- ¿Cómo, Julio? No le entendí.
- Sí, Mónica. Si tu mamá no puede venir, nosotros iremos a ella. Y no te preocupes, llevo a mis meseros y a todo el equipo para darle una cena como se merece. Tú no te preocupes de nada. Llegaremos con todo listo a las ocho de la noche.

Montaron una mesa divina en su departamento. Alejandra, mi amiga, me hizo favor de llevar un pastel decorado con unas catarinas. Ivonne llevó una ensalada deliciosa. Llegó el gerente de La Mansión, Julio, con los meseros que atendían a mi mamá cada vez que iba a comer al restaurante. El restaurante se encargó de todos los detalles. Fue impresionante ver que estaban ahí por ella, por su propia decisión porque les nacía brindarle ese servicio, porque sólo ella sabía ganarse a la gente de esa forma.

Mamá se arregló e hizo el esfuerzo de pintarse. Tenía oxígeno constante y se veía hermosa festejando su cumpleaños 53 con la gente que más amaba, rodeada de sus seres queridos.

Con un abrazo me dijo que así se hacían las cosas con amor, que de esa manera había que celebrar la vida, sin miedos, sin ataduras a los médicos, sin miedo a la vida. Nos encontrábamos en otro momento, ya la enfermedad no importaba, ya los médicos no importaban.

Lo único que importaba era celebrar el tiempo que nos quedaba juntas. Luis Sarkis, un amigo, le había hecho un video de cumpleaños y llevó un proyector para mostrarlo. En el video pasaban fotos de nosotras, fotos de sus amigas, con canciones que le dedicamos. Había un fragmento escrito por Alejandro Jodorowsky sobre el dolor y la muerte que decía: “El dolor hay que asumirlo. Se asume el dolor y duele, mientras duele, duele; y luego el duelo se va haciendo natural y se va pasando, la vida es igual, la vida se va soltando poco a poco.

Tú eres como la escultura, "como decía Miguel Ángel", la echas a rodar por una montaña y lo que se quiebra no valía, lo que queda es bueno, entonces tú vas soltando cosas, tú vas soltando los deseos de aprobación, vas soltando los deseos de triunfo, vas soltando que te amen, vas soltando que giren alrededor tuyo, vas soltando agarrar, poco a poco vas soltando, hasta que vas llegando al alma impersonal; cuando llegas al alma impersonal, y realizado el resto, con mucha más facilidad puedes aceptar el vacío y desaparecer; siempre que hayas dado, lo que das te lo das, si no das te lo quitas, lo que haces al otro te lo haces a ti mismo.

No hay que hablar de la muerte, hay que olvidarla; VOY a vivir profundamente este instante, si no soy yo la que lo viva, ¿quién?, si no es aquí ¿dónde?, si no es ahora, ¿cuándo?, y si no es de esta manera ¿cómo?”

Mamá se emocionó profundamente al ver el video, al ver cómo los de La Mansión habían ido a su casa con todo el equipo de su cena favorita, cómo todos brindaban por su cumpleaños. Clemente me miraba con cara de satisfacción porque habíamos logrado lo que en la mañana, aferrada a esa cama de hospital, parecía imposible.

A medianoche me dijo que se quería acostar. La llevamos a la cama y quedé con una satisfacción inmensa de haber vencido el miedo, una satisfacción enorme al escuchar mi corazón haber hecho caso omiso de lo que el doctor decía. Le cantamos las mañanitas y fue sin duda el mejor último cumpleaños de Mamá. Aprendimos la lección de que a veces el dolor, la enfermedad y los doctores pueden esperar. La vida hay que vivirla y sobre todo hay que entender que la vida no espera y hay que decir siempre sí a lo que quede de vida.

Hoy 13 de mayo años después todavía puedo decir que apenas estoy aprendiendo a vivir sin ella. Lo que sostiene la vida sin Mamá es que aprendemos a vivir en su honor. Y cómo no puedo besarla por eso le escribo.

Monica Salmón
Instagram: @monicasalmon_
Twitter: @monicasalmon_

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