El líder como piedra angular y medida de todo lo justo, democrático, políticamente válido y patriota. El discurso del presidente López Obrador ha ido derivando de considerarse la voz del pueblo, a ser el pueblo y finalmente la patria misma. La conmemoración de la defensa del puerto de Veracruz fue el escenario para arengar a los mexicanos frente a cualquier invasión al territorio nacional por parte de una nación extranjera. Lo decía en serio, pero el llamado es para defenderlo a él, porque AMLO es México. La metamorfosis en su expresión más acabada.
Sabíamos de su aversión a las instituciones y a todo mecanismo que atempere los poderes del presidencialismo exacerbado, con todo y las facultades mutaconstitucionales de las que hablaba Jorge Carpizo. El dominio absoluto de sus legisladores que, bajo órdenes directas del presidente aprueban iniciativas violentando el proceso legislativo, a sabiendas de que ello entrañaría la nulidad de lo aprobado. Así lo hicieron con el Plan B en materia electoral y lo repitieron con 20 leyes que el Senado, en ausencia de la oposición, aprobó en cuatro horas, luego de reunirse con su líder máximo.
Los sucesos se acumulan y enrarecen el ambiente. El ataque a las instituciones es signo inequívoco de un gobierno autoritario. Socavar a los órganos electorales y al Poder Judicial es propio de dictaduras y forma parte del manual de populistas de izquierda y derecha. Cuba, Venezuela o Nicaragua, y también Hungría o Turquía han transitado por esa ruta.
Esta semana dimos otra vuelta de tuerca en dirección de vuelta a la presidencia imperial. La reacción presidencial contra el fallo de la Suprema Corte que declaró la nulidad de la primera parte del plan B electoral muestra el talante autoritario. Los nueve ministros que votaron por dicha nulidad son los nuevos enemigos de la transformación y las descalificaciones fueron replicadas sin pudor alguno por los líderes del partido mayoritario en el Senado y la Cámara de Diputados, así como por los 22 gobernadores de filiación morenista.
Al amago de juicio político contra los ministros, seguirá la revancha final sobre el Poder Judicial en 2024, con la iniciativa para elegir por voto popular a los ministros de la Suprema Corte, idea absurda que desvirtúa el carácter meritocratico de la institución y que, contrario a lo dicho por López Obrador no se aplica en ningún país democrático, incluido Estados Unidos.
Otra vez la farsa de la voz del pueblo que debe tener la última palabra. Elecciones, consultas, revocaciones de mandato, todo para una permanente movilización de campañas. La disidente turca Ece Temelkuran describe cómo “la incesante atmósfera electoral le permite al líder jugar dos roles simultáneos: personificar al estado y por el otro actuar como opositor al mismo”. La ilusión politica de atacar el statu quo y al mismo tiempo ser su máxima expresion, la medida de todo.
POR VERÓNICA ORTIZ
COLABORADORA
@veronicaortizo
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