El gobierno federal publicó este febrero un decreto sobre el maíz genéticamente modificado o transgénico (GM) en México. Un decreto previo en 2020 prohibía su siembra e importación, y el uso de glifosato a partir de 2024, por considerarlos riesgosos para el consumo humano.
Las dependencias de la Administración Pública Federal no podrán adquirir, utilizar e importar el maíz GM o el glifosato para programas o actividades gubernamentales. No podrán otorgar permisos para su uso o importación con fines de alimentación humana o para el uso de las semillas; tampoco glifosato o productos que lo incluyan.
México importa un 5% del maíz blanco, utilizado para consumo humano en forma de tortillas y alimentos básicos. Sin embargo, su demanda de maíz amarillo importado es casi total y creciente para satisfacer a la industria ganadera y avícola, entre otras.
La producción de maíz en EUA es mucho más eficiente y competitiva (con rendimientos promedio superiores a 10 toneladas por hectárea versus 3.6, y fincas de gran escala tecnificadas). México es su segundo mercado de exportación, solo después de China. A la vez, México importa de los Estados Unidos cerca del 96% del maíz amarillo que consume, pero el 90% del maíz norteamericano es genéticamente modificado.
Es evidente que el impacto en el comercio y los precios puede ser brutal. En la economía norteamericana, pueden perderse más de 32 mil empleos. Para México, el costo del maíz puede incrementarse en 19% en los próximos 10 años, y cadenas y productos como la carne de ave y huevo, podrían aumentar más del 66%.
El gobierno estadounidense ha señalado la falta de justificación científica para la prohibición del maíz transgénico, lo que contradice las disposiciones del T-MEC. Esto puede abrir disputas comerciales dolorosas y costosas para ambos socios del tratado.
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México debe mantener el flujo de maíz en el mercado
No hay evidencia contundente de efectos en la salud por el consumo de alimentos genéticamente modificados. Si acaso, hay relación con alérgenos, cuyos casos se han detectado en pruebas previas al lanzamiento comercial sin llegar a afectaciones prácticas a la salud.
Es más, los cultivos de GM se consideran benéficos para el avance de la agricultura. Pueden reducir los costos de producción (particularmente en países con mano de obra cara) y el uso de agroquímicos, añadir valor nutricional vital a los alimentos y generar variedades más resilientes al cambio climático.
El glifosato es distinto, la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta sobre su toxicidad. Bayer ya ha enfrentado millonarios reclamos legales en los EUA de personas aludiendo haber desarrollado cáncer linfático debido a la exposición a ese químico.
Por otro lado, una preocupación grave es el impacto en la riqueza genética del maíz, un capital invaluable para desarrollar nuevos alimentos en el futuro y para el bienestar de las comunidades mexicanas.
Desde 2003, una evaluación trinacional de expertos de la Comisión para la Cooperación Ambiental del TLCAN señaló riesgos del maíz transgénico para la biodiversidad del maíz nativo mexicano, ya sea por el flujo de genes de los campos cercanos, el polen que viaja mayores distancias o maíz transgénico importado de los Estados Unidos, sin etiquetar.
México tiene todo el derecho y deber de proteger su biodiversidad y evitar uso de agroquímicos nocivos, sin presiones de cabildeo. Debe hacerlo mediante argumentos y estrategias basadas en ciencia para permitir el flujo comercial que beneficia a ambos países y que fortalece la competitividad. El pueblo mexicano no necesita pagar aún más por los alimentos y perder competitividad en cadenas clave.
Por: María Elena Martínez Murillo C. Internacionalista por el ITAM con especialidad en políticas públicas. Maestra en Economía para el Desarrollo por The Fletcher School. Exbecaria Fulbright-García Robles. Directora de Strategink, consultoría en desarrollo sostenible para la región América Latina. @mariaemmc