El pasado 24 de febrero se cumplió un año de la invasión de Rusia a Ucrania. Una guerra que ha provocado miles de pérdidas humanas, modificado el escenario geopolítico internacional e impactado la economía de prácticamente todos los países del mundo, incluido México, mediante fenómenos como la disrupción de cadenas globales de alimentos o la inflación.
Unos días antes del aniversario, el presidente Joe Biden realizó una sorpresiva visita a Kiev para expresar su respaldo a su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski. Se trató de un viaje histórico: el primero de un mandatario estadounidense a una zona de conflicto en una guerra en la cual Estados Unidos no participa directamente.
La visita fue tan significativa como simbólica: se dio en el contexto de la conmemoración del Día de los Héroes de la Centena Celestial, efeméride con la que Ucrania honra la memoria de los manifestantes que murieron en las protestas antigubernamentales de la llamada “Revolución de la Dignidad”, en 2014, cuando miles de ciudadanos salieron a las calles para defender la democracia y la asociación de su país con la Unión Europea. De hecho, ese acercamiento a Europa motivó el respaldo de Moscú a las fuerzas separatistas, que culminó con la anexión de Crimea por Rusia.
La posición de Estados Unidos frente a este conflicto no es sencilla. Por un lado, Biden comparte con Ucrania y Europa el objetivo de terminar con la invasión y garantizar la paz en la región; por el otro, también reconoce el riesgo de escalar las hostilidades con Rusia y provocar una guerra más allá de las fronteras ucranianas, entre dos bloques con armamento nuclear. Ello exige un equilibrio entre aliados con principios e intereses compartidos, pero con distintas prioridades y estrategias.
Sin embargo, el respaldo de la administración Biden a Ucrania es un eje fundamental de la estrategia para revitalizar los vínculos estadounidenses con Europa, así como para restablecer su liderazgo en el orden democrático liberal global, y resarcir los retrocesos de los años de aislacionismo de la administración Trump.
Tras la visita del presidente, la Casa Blanca informó que ampliará su apoyo militar a Kiev: artillería, sistemas antiblindaje y radares de vigilancia. También se anunciaron nuevas sanciones económicas contra empresas que respalden los esfuerzos militares rusos. La medida ha sido reconocida en todo el mundo, pero ha enfrentado críticas al interior de Estados Unidos por distintos grupos que la consideran insuficiente y presionan para que el presidente envíe aviones y armamento más avanzado.
Con todo, la presencia de Biden en Ucrania debe aquilatarse a la luz de su significado: es una muestra contundente de la unidad de las democracias frente a la amenaza que representa la invasión rusa al orden liberal mundial. En la complejidad de la situación, con todos los riesgos –sobre todo los personales– que implicó, el respaldo inequívoco del líder estadounidense al pueblo ucraniano, que resiste desde hace un año, es digno de reconocerse y celebrarse.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA
@RUIZMASSIEU
PAL