México es uno de los países más experimentados para enfrentar catástrofes naturales. No es casualidad: es producto de tragedias como los sismos de 1985 y 2017, o los huracanes Ingrid y Manuel en 2013, que nos han obligado a desarrollar capacidades institucionales de primer nivel para atender a la población en situaciones de emergencia, mediante mecanismos como un servicio profesional de Protección Civil o esfuerzos como el Plan DN-III-E, que es referente internacional en la materia.
Esto ha hecho de México un actor protagónico para contribuir con asistencia humanitaria a países en situaciones de desastre, sobre todo con el envío de expertos para colaborar en tareas de rescate y para proveer asistencia técnica especializada. Los lamentables sismos que dejaron inmensas pérdidas humanas y graves afectaciones en Turquía y Siria son el más reciente ejemplo de ello.
Nuestra vocación de asistencia humanitaria obedece ante todo a un imperativo ético. A su vez, se trata de una forma de diplomacia que contribuye a proyectar la imagen de México. Millones de personas, en todo el mundo, conocen por primera vez a nuestro país por la labor de la Cruz Roja Mexicana, el personal médico, las brigadas de rescate “Topos” y elementos de nuestras Fuerzas Armadas que, con sus binomios caninos, ayudan en las zonas de emergencia. Gracias a nuestros héroes se salvan vidas, y además México se posiciona como un actor global: fortalecemos nuestras alianzas históricas y abrimos nuevas rutas diplomáticas a partir de la ayuda humanitaria.
Sin embargo, el actual gobierno ha debilitado las capacidades que por décadas México construyó en este rubro. Al Sistema Nacional de Protección Civil, por ejemplo, se le han reducido sus recursos desde 2018, perdiendo más del 30%. Asimismo, en 2020 se eliminó el fideicomiso del Fondo de Desastres Naturales; sustituido por un programa que en 2021 recibió apenas el 0.12% del presupuesto federal.
La negligencia afecta hasta a nuestros héroes caninos. Recientemente, se documentó una reducción de 60% en el gasto para alimentar a los perros rescatistas de la Secretaría de Marina –grupo al que perteneció Frida. Hace unos días nos enteramos de la lamentable muerte de Proteo, uno de los canes enviados a Turquía; si bien inicialmente se dijo que el deceso había sucedido en un accidente, hoy sabemos que pudo deberse a falta de equipo y ropa adecuada para el clima invernal.
Si hoy ocurriera una nueva catástrofe de gran magnitud en México, la falsa austeridad provocaría que estuviéramos insuficientemente preparados para hacerle frente. Para nuestro país, ser excelentes cuando se trata de atender desastres naturales no es una opción: es una necesidad vital, dada nuestra geografía.
Se trata de la diferencia entre la vida y la muerte; de la capacidad para rescatar personas de los escombros, de trasladar víctimas a los hospitales a tiempo y de contar con los recursos para atenderlas; de poder contener incendios que devoran poblaciones enteras y de poder mitigar el dolor y desesperanza que sufre la población afectada.
Por eso, este tema no puede obedecer a caprichos ideológicos o intereses partidistas: es un asunto de exigencia profesional, de previsiones de Estado. Si en algo debemos ponernos de acuerdo es en la necesidad de que México cuente con los recursos suficientes para enfrentar desastres naturales que, lamentablemente, tarde o temprano volverán a ocurrir.
Hoy que nuestro país nuevamente se pone al frente para ayudar a otros pueblos, junto con el orgullo que nos inspira, tenemos la responsabilidad de revisar lo que hemos retrocedido y corregirlo. Por nosotros mismos y por aquellos a quienes podemos ayudar.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA
@RUIZMASSIEU
LSN