La nueva visita del presidente cubano Miguel Díaz-Canel a México ha generado las reacciones previsibles en los sectores predecibles: para unos, la muestra de la hermandad y solidaridad con el pueblo y la revolución cubana. Para los otros es la prueba contundente de hacia dónde se dirige el gobierno de López Obrador.
En el absurdo de los extremos, se olvidan algunas cosas importantes, que no por sabidas se deben omitir: Desde antes de la revolución, el gobierno mexicano mantenía una discreta comunicación con los revolucionarios, que tuvieron refugio en nuestro país, mientras se preparaban.
Al triunfo de la insurgencia encabezada por Fidel Castro, y tras su acercamiento a la Unión Soviética (provocado en buena parte por la animadversión del entonces presidente estadounidense Eisenhower), México se colocó como el principal, si no es que el único, interlocutor de La Habana en el hemisferio occidental. La postura mexicana en ese sentido se ha mantenido con mínimas desviaciones, sin importar demasiado las pertenencias ideológicas o partidistas de los sucesivos presidentes y gobiernos mexicanos.
Lo mismo un relativamente progresista Adolfo López Mateos que su antípoda Gustavo Díaz Ordaz, los populistas Echeverría y López Portillo o los neoliberales De la Madrid o Salinas de Gortari, y así hasta la actualidad, México ha preservado su relación especial con Cuba, sirviendo de puente, intermediario, gestor y negociador en momentos cruciales para la isla.
Ni siquiera las animadversiones personales de los presidentes Zedillo y Fox pudieron romper con la política mexicana hacia Cuba, en buena parte porque esta no obedece, ni entonces ni ahora, solamente al terreno de las afinidades personales o ideológicas, sino al realismo político de quien entiende que Cuba es no sólo nuestro vecino, sino un factor fundamental de la ecuación geopolítica en América Latina y el Caribe.
El que Cuba sea vecino y actor relevante en su entorno geográfico no lo explica todo: ha sido también, con frecuencia, un útil contrapeso retórico al predominio estadounidense, además de que en más de una ocasión México ha sabido utilizar sus contactos para ayudar en negociaciones delicadas entre Washington y La Habana.
Cuando algún aprendiz de diplomático creyó que sumaría puntos con EU tomando distancia de Cuba, se topó con la dura realidad de que al hacer eso el que perdía relevancia (y utilidad) era México. Nada de eso quita que México deba insistir en la necesidad de apertura y liberalización en Cuba, ni que se pretenda ignorar o minimizar la falta de democracia y los abusos a los derechos humanos en la isla.
Pero más gana México haciendo diplomacia regional que sumándose a las probadamente estériles estrategias del aislamiento y el bloqueo/embargo/sanciones, que sólo han lastimado al pueblo cubano y dado un pretexto a sus gobernantes para mantenerse en la cerrazón totalitaria.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
LSN