Cecilia pasó el examen de admisión a la UNAM en el primer intento. Su padre y su madre insistieron en organizarle una comida familiar para celebrar. A ella le enfureció la idea. Desconcertados y un poco ofendidos frente a la respuesta de su hija, papá y mamá decidieron hacer la comida de todos modos. Pensaron que un logro semejante no podía pasar desapercibido. Creyeron que Cecilia se había sentido muy presionada en los últimos meses y lo único que necesitaba era relajarse. Quisieron apapacharla. Sintieron que una parte del logro les correspondía también a ellos: habían sido muchos años de apoyarla para que siguiera estudiando, incontables cuidados. Les pareció que ellos también tenían derecho a festejar.
En el consultorio, Cecilia me cuenta que la primera vez que pensó seriamente en pedir ayuda psicológica fue durante aquella comida. De pronto, se vio a sí misma sin poder conectarse en lo más mínimo con su familia. Hubiera preferido estar en cualquier otro lado, en lugar de aquella fiesta, organizada en su honor. Detestó cada abrazo, cada felicitación, cada regalo. Todo el tiempo se sintió incómoda y culpable, como si no mereciera tantas atenciones, tantos gastos.
En el fondo, Cecilia tampoco creía merecer el lugar que le habían dado en la Facultad de Derecho. Estaba segura de que había miles de jóvenes que lo merecían más que ella. Aunque había salido de la preparatoria con un promedio excelente, se consideraba una estudiante mediocre. Además, se sentía presa de un extraño proceso de decadencia. Ya en la Facultad, notaba que todo le costaba más trabajo, no entendía las lecturas y se le dificultaba pensar. También le costaba, más que nunca, hacer amistades.
–No puedo más –me dijo en nuestra primera sesión–. No es que quiera morirme. Lo que quiero es dormir, dormir y no despertar en un buen rato.
En México tenemos una crisis de salud mental. La seriedad del problema amerita que ocupe un lugar relevante en la conversación pública. Sin embargo, esto no ocurre así. Como muestra de la omisión, basta escuchar a quienes, ahora mismo, se desviven por ocupar un cargo político: ¿acaso hay quien ofrezca planteamientos para afrontar el reto de la salud mental en México? ¿alguien que siquiera lo entienda?
La situación es urgente y, como muchos otros temas merecedores de ese calificativo en nuestro país, buena parte de la gravedad del problema reside en que ignoramos sus dimensiones reales. En ese sentido, la falta de información confiable suficiente sigue siendo una de las manifestaciones más claras de nuestro subdesarrollo.
Y eso que, desde hace décadas, se vienen haciendo esfuerzos por llenar el vacío con información útil. Un primer gran paso se dio en 1986, con la creación del Sistema de Encuestas Nacionales de Salud. Otro momento importante ocurrió en 2006, con la creación de la ENSANUT, el instrumento de mayor alcance con el que contamos hoy en día para saber qué tan saludables estamos los y las mexicanas.
Desgraciadamente la ENSANUT tiene una falla de origen: separa la información acerca de los padecimientos “físicos”, –anemia, desnutrición, diabetes, presión arterial alta, entre otras– de los padecimientos psicológicos, sin correlacionarlos. Lo mismo hace con todos los otros datos recabados. Es como si la salud mental fuera algo disociado de la salud fisiológica y las condiciones del contexto en que se vive. Hoy sabemos que esta visión fragmentaria de la salud es equivocada, tanto para el tratamiento individual, como para el diseño de políticas públicas eficaces. Si el ser humano es una unidad, la salud también lo es. Y no hay salud sin salud mental.
Si hacemos caso al INEGI, de cada 10 personas que enfrentan un problema de salud mental en México, 8 no reciben la atención que requieren, y las 2 que sí son atendidas tienen que esperar, en promedio, 14 años, antes de recibir la ayuda necesaria. Catorce años. Imaginémoslo. Catorce años viviendo con ansiedad o depresión. Catorce años sin un diagnóstico, creyendo que a nadie más le pasa lo que a ti; que estás haciendo todo mal y deberías ser capaz de salir adelante por tu cuenta. Catorce años sintiéndote culpable o inadecuado. Catorce años de vivir con un trastorno de alimentación, por ejemplo, una adicción, una fobia. Catorce años de estrés post-traumático. Catorce años esforzándote por ser mejor alumna, hijo, madre, padre, esposo, sin sospechar siquiera que la dificultad que enfrentas la enfrentan miles de personas más, y que posiblemente tiene un tratamiento, al cual tienes derecho.
Porque se supone que la salud es un derecho fundamental garantizado en la constitución, para todas las niñas, niños, adolescentes y personas adultas en México. Y aunque sabemos que ese derecho no se cumple cabalmente, no hay área, al parecer, en la que se cumpla menos que en el ámbito de la salud mental.
¿De qué se trata entonces? Cuando escucho a quienes aspiran a ejercer el poder político, me pregunto con quiénes creen que habitan y habitarán el México que dibujan en su retórica. Pareciera que cuando hablan de resolver el problema de la violencia, los rezagos económicos, educativos, de seguridad o de justicia, nada de eso tuviera que ver con la salud mental, como si aquellas experiencias no dejaran huellas psicológicas, como si en México el trauma no existiera.
Lo mismo ocurre cuando hablan del resquebrajamiento del tejido social y la pérdida de los valores. ¿Dónde se supone que se ancla todo ello? Si no hay salud mental, no puede haber empatía, compasión, creatividad ni aprendizaje. Sin salud mental, hablar de valores no es más que enunciar nuestros mejores y más mágicos deseos para un país enfermo.
En una encuesta realizada a finales de 2021, por el Instituto Mexicano de la Juventud, aprendimos que el 70% de la población mexicana, entre 15 y 24 años de edad, presenta síntomas de depresión, y el 62%, síntomas de ansiedad. ¿Cómo es posible que ese no sea uno de los temas centrales de cualquier campaña política, a lo largo y ancho del territorio nacional?
El próximo 10 de octubre se conmemora el Día Mundial de la Salud Mental. Tristemente, llegaremos a esa fecha sin la claridad ni las herramientas suficientes para afrontar el tamaño de la crisis. Es indispensable que quienes detentan o aspiran a detentar el poder en México comprendan que existe un correlato psicológico para cada uno de los grandes problemas nacionales. En cuanto a nosotros, ciudadanas y ciudadanos, antes de entregar nuestro voto, debemos exigir un compromiso claro con la salud mental. Esa es la salud que merecemos y es nuestro derecho.
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Nota: El caso referido en este artículo es real. Modifiqué el nombre y cualquier otro elemento que pudiera identificar a la persona.
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Por: Margarita Martínez Duarte es escritora y psicóloga.
Ha publicado tres libros de poesía y una novela, titulada Sin ella (Escritoras Mexicanas, 2020).
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