LA ESCENA EXPANDIDA

Luisa Josefina Hernández, figura suprema de la cultura

Su muerte es una pérdida enorme, del tamaño de los más grandes artistas, creadores e intelectuales de la historia del arte mexicana y universal

OPINIÓN

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Juan Hernández / La escena expandida / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Luisa Josefina Hernández (Ciudad de México, 2 de noviembre de 1928-16 de enero de 2023) nació en una época en el que las mujeres tuvieron que abrir brecha en espacios que eran ocupados generalmente por hombres. Luego de la primera ruptura con la hechura del teatro español, llegó a mitad del siglo un momento único en el ambiente de las letras y de las artes, en el que las mujeres empezaron a tener una voz más contundente en el abordaje de temas que profundizaban en la intimidad de los seres humanos y que, hasta ese momento, no eran tratados por las dramaturgas.

La autora escribió poco más de 60 obras de teatro, novelas y cuentos. Y, si eso no fuera suficiente, dedicó su vida a la academia, en cuyo ámbito dejó como legado el fruto de sus investigaciones en relación con el método para el análisis del texto dramático y la teoría dramática, con la que se educaron varias generaciones de teatreros de México, en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México.

    Escribió La calle de la gran ocasión (1961), Los palacios desiertos (1963), Nostalgia de Troya (1979), La plaza de Puerto Santo (1985), y se debe subrayar que su obra Los frutos caídos se publicó en una edición compartida con Héctor Mendoza y Sergio Magaña, dramaturgos que revolucionaron la forma del texto dramático y, en el caso de Mendoza, se convirtió en un director y maestro de actores que hoy son los consagrados en la escena mexicana.

      Luisa Josefina Hernández formó parte de una pléyade de intelectuales y artistas que cambiaron el rumbo del pensamiento creativo que dieron forma a un México alejado de la visión rural del realismo social del nacionalismo. Si bien la autora se inscribe en el realismo, el suyo roza el realismo mágico, sin embargo, su estilo no la coloca de lleno en ese sitio ocupado esencialmente por figuras masculinas.

Su trabajo con las letras fue excepcional en el manejo del lenguaje, construyó personajes que fueron desarrollados minuciosamente para darles profundidad íntima y, así, dar sentido al drama.

     Traductora de El rey Lear, entre otras obras clásicas fundamentales, Luisa Josefina gozó de una cultura amplia, de ahí que en sus obras haya referencias a la herencia clásica, a la claridad limpia y sobria del Renacimiento, a los vericuetos del Barroco, y a la visión contemporánea (de su tiempo) de una realidad. Ofreció, también, versiones históricas de un pasado reconstruido a través de una magia tejida dentro del drama, de tal manera que la historia de una familia podía tener una compleja grandilocuencia para mostrar la condición humana.

        Luisa Josefina Hernández no se achicó frente a un ambiente masculino que acaparaba las letras. Todo lo contrario, vivió a su manera la liberación femenina, la revolución sexual que provocó el uso de la pastilla anticonceptiva y, sobre todo, la idea de una mujer emancipada que podía hacerse cargo de su destino.

       Aún alumna de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, la escritora recibió el encargo de tomar en sus manos la asignatura de la teoría dramática que le cedió su maestro Rodolfo Usigli, simiente de la literatura dramática moderna, quien tuvo bajo su tutela a autores como Margarita Mendoza López, Héctor Azar, Emilio Carballido, Carlos Solórzano, Vicente Leñero y Héctor Mendoza. De Usigli nació la idea de un teatro realista mexicano que Luisa Josefina lleva a su máximo esplendor.

      Poco se sabe de la vida íntima de la autora de Una noche para Bruno, La paz ficticia, La cabalgata, El gran parque, Mis tiendas y mis toldos, Almeida: danzón, El discurso nocturno y Los grandes muertos, entre muchas otras obras. Si alguien sabe y hay que preguntar es a su nieto David Gaitán (Ciudad de México, 1984), quién la visitaba frecuentemente, semana a semana, para tomar la clase más importante de su carrera como dramaturgo. Hoy, Gaitán es uno de los más importantes autores y hacedores del teatro mexicano contemporáneo.

       Gaitán también es el artífice de las Memorias. Luisa Josefina Hernández (2016), gracias a él, su abuela abrió una parte de sus recuerdos que habían estado cerrados para el resto del público. En las memorias hay datos fundamentales para tener una visión más completa de la autora. En esa publicación escribe sobre sus amistades, experiencias, enfermedades y, sobre todo, ofrece anécdotas de cómo se fue construyendo el teatro mexicano de la modernidad a la que aspiraba su maestro Rodolfo Usigli.

        Si no recibió los máximos reconocimientos otorgados a los escritores a nivel internacional fue porque la autora prefirió mantenerse alejada de los reflectores, sin embargo, ante la genialidad de su escritura, sin duda alguna, pudo aspirar a las máximas distinciones otorgadas al quehacer literario. En México obtuvo el Xavier Villaurrutia en 1982 y el Nacional de Ciencias y Artes en el área de Literatura y Lingüística (2002).

       Amiga cercana de Juan Rulfo, Sergio Magaña, Emilio Carballido, Jorge Ibargüengoitia, Seki Sano y Guillermina Bravo, Luisa Josefina Hernández se mantuvo en la línea de acción que buscaban todos estos miembros y amigos, irrumpir en la escena con una propuesta que profesionalizaba el quehacer de los dramaturgos, actores, directores, técnicos, músicos, escenógrafos, bailarines y coreógrafos. La técnica fue fundamental para entender los cambios que ocurrieron a partir del trabajo que realizaron estos creadores, cada uno con un estilo particular, en las diferentes áreas de la escena.

       En 2014 tuve el privilegio de ver los seis montajes realizados por la Compañía Nacional de Teatro, se trataba de seis de las 12 obras que componen el libro Los grandes muertos, de Luisa Josefina Hernández. Cada una fue dirigida por un director diferente, con el elenco estable y los creativos de esa agrupación artística que tiene los recursos necesarios para llevar a cabo una proeza de ese tamaño.

El resultado fue asombroso en el sentido de la producción del teatro, es decir por la complejidad para llevar a cabo un proyecto de esta naturaleza no propio del quehacer cotidiano en la escena mexicana; el momento de la expresión artística que dio vida a la historia escrita por Luisa Josefina Hernández provocó emociones, confrontaciones, un diálogo callado entre el espectador y aquella historia que se contaba sobre una familia adinerada de Campeche, en la época de los grandes caciques del henequén, que traían las novedades de ultramar.

          La hechura, la perfección en la trama, la construcción detallada de cada personaje, las sensaciones de un clima sofocante, la soledad, la rebeldía femenina, por un lado y, por el otro, la resignación y la muerte, los personajes masculinos colocados desde el estatus del poder, y la tragedia como destino inevitable (tradición clásica), hicieron que estas puestas en escena transformaran a los espectadores que salían del teatro conmocionados por aquella manera de contar una historia profundamente íntima, lejana y cercana a la vez, local y universal al mismo tiempo. El producto de una mente genial y de una pluma que manejó a su antojo el lenguaje.

       La muerte de Luisa Josefina Hernández es una pérdida enorme, del tamaño de los más grandes artistas, creadores e intelectuales de la historia del arte mexicana y universal. Su legado la proyecta a la eternidad. El homenaje póstumo debe ser el interés de los lectores por descubrir las obras escritas por Luisa Josefina y en su interpretación volver a dar vida a aquellos mundos creadores para ser habitados por todos nosotros. En paz descanse, la escritora mexicana. 

POR JUAN HERNÁNDEZ
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