En vísperas de cumplirse un año de la invasión rusa a Ucrania, condenada justamente por la abrumadora mayoría de las Naciones Unidas –incluso México– el conflicto bélico no parece tener fin. Al contrario, todo indica que Moscú se ha preparado para una nueva ofensiva que pondría a prueba la capacidad de resistencia de Kiev, hasta ahora respaldada financiera, tecnológica y militarmente por Estados Unidos, la Unión Europea y sus aliados.
Cuando se derrumbaron el muro de Berlín y el campo socialista en 1989, se pensó que significaba el fin de la Guerra Fría y el paso a un nuevo orden mundial que dejara de lado la confrontación entre las potencias y propiciara una nueva era de estabilidad y cooperación internacional.
Muy pronto se desvanecieron esas expectativas y, desde los primeros años de este siglo, hubo signos que presagiaban el arribo de un esquema multipolar que habría de acentuar viejas rivalidades y poner en jaque al sistema de la ONU.
La invasión en Ucrania ha venido a alterar el mapa geopolítico global. No sólo muestra que la Guerra Fría no ha concluido, sino que el fantasma del holocausto nuclear sigue pesando sobre la humanidad. Al escribir estas líneas, trascendió que los dirigentes militares de Estados Unidos y aliados reunidos en una base aérea norteamericana en Alemania, no lograron resolver un diferendo sobre cuáles naciones debían proveer sofisticados y poderosos tanques a Ucrania ante las dudas alemanas de que provocaría una escalada del conflicto.
Igualmente, Rusia anunció una nueva ofensiva en Zaporiyia, donde se encuentra la planta nuclear más grande de Europa.
Además, enfrentamos a consecuencia de la guerra en Ucrania una probable crisis alimenticia que podría afectar, sobre todo, a los países más pobres. Los signos de recesión económica generalizada están a la vista, en tanto los mercados globales y las cadenas comerciales de suministro no se han recuperado de los efectos de la pandemia del COVID-19.
Si bien, el (des)orden global imperante afecta a todas las naciones, sobre todo, cuando urge trabajar en concreto para alcanzar los objetivos de desarrollo sostenible definidos por la ONU en la Agenda 2030, nuestro país tiene una ubicación geográfica privilegiada lejos del conflicto en Europa y con una economía estrechamente ligada al mercado norteamericano. Ello no excluye –cómo se ha estado haciendo– propugnar en la ONU por el cese de las hostilidades y una salida negociada.
Como lo he expresado en artículos anteriores, la posición estratégica de México facilita atraer más inversiones y oportunidades de negocios cuando la logística del transporte internacional se encuentra severamente afectada. La integración regional en América del Norte es nuestra mejor receta para sortear las dificultades del momento y aprovechar la rivalidad entre EU y China, promoviendo algunas prácticas como el nearshoring que pueden optimizar las cadenas comerciales.
POR CARLOS DE ICAZA
EMBAJADOR EMÉRITO Y EXSUBSECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES
LSN