COLUMNA INVITADA

Hablemos de Nicaragua, espejo de México

El otrora defensor del pueblo es hoy el que violenta a campesinos y sacerdotes sólo por opinar diferente

OPINIÓN

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Claudia Ruiz Massieu / Colaboradora / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

¿Por qué algunas guerras son noticia global, movilizan indignación, protestas y ayuda mundial, mientras otras pasan prácticamente desapercibidas? Los especialistas hablan del “efecto CNN”, en el sentido de que el grado de visibilidad que los medios dan a un conflicto influye no sólo en la percepción del público, sino en los incentivos de la comunidad internacional para involucrarse y la medida en que lo hacen. La invasión a Ucrania se reporta a diario: gracias a ello, se ha generado presión para que los gobiernos de la OTAN se ocupen en el conflicto y su solución.

Al mismo tiempo, el golpe de Estado en Myanmar cumple 19 meses justamente hoy, 1 de septiembre, sin que muchas personas lo sepan. Lo mismo el conflicto civil que se reactivó en Etiopía, las recientes tensiones en Kósovo y un largo etcétera. Nicaragua, desde hace meses, vive una violenta represión política y una crisis humanitaria. Es un país donde la influencia diplomática mexicana podría ayudar, no para tomar parte, sino para mediar.

Pero si bien en nuestro país se difunde lo que ocurre con la dominación autoritaria, es poco lo que atendemos de esa crisis, y menor la posibilidad de que logre conmover a la mayoría; por ello, se deja pasar el sufrimiento y el martirio nicaragüenses (igual que el venezolano) en un silencio que naufraga entre la vergüenza y la complicidad por omisión. Nicaragua es también un espejo donde se refleja nuestro presente inmediato. Daniel Ortega fue uno de los líderes de la revolución sandinista que derrocó a la dictadura de Somoza.

Hoy, Ortega es presidente de su país y si bien llegó al poder democráticamente, denunciando abusos y corrupción, poco a poco su gobierno pasó de perseguido a perseguidor y de movimiento proscrito a gobierno represor: el idealista se convirtió en el verdugo que amenaza y encarcela a obreros, periodistas, estudiantes y políticos opositores; el otrora defensor del pueblo es hoy el jefe de Estado que violenta a campesinos y sacerdotes sólo por opinar diferente. Sergio Ramírez —antiguo miembro de la Revolución Sandinista, y ahora perseguido por el régimen— cuenta en sus memorias cómo Ortega traicionó a la democracia: sometió, junto con otros actores políticos, al Poder Judicial y a las autoridades electorales.

Nicaragua se convirtió así en una repetición de nuestra devastadora impertinencia latinoamericana: surge un líder carismático, vestido de ideología de “izquierda”; hay un pueblo agraviado que, en su desesperación, le cree y le da todo el poder; el gobierno abusa de ese poder, destruye las vías para la expresión del pluralismo, culpa a Estados Unidos y a los opositores, neutraliza la competencia democrática, se consolida la tiranía.

La OEA y la ONU, Estados Unidos o la Unión Europea han emitido declaraciones sobre Nicaragua, pero se ha hecho poco y la cruda realidad es que los nicaragüenses están solos frente a los cañones de su propio ejército. La lección es clara y por eso vale la pena hablar de Nicaragua: el país que quiera salvaguardar su democracia y sus libertades tiene que defenderlas en las urnas.

Así, México tiene hoy dos opciones: usar el voto para con - tener una centralización militarista, disfrazada de izquierda supuestamente progresista, o arriesgarnos a ser una estadística más en la historia latinoamericana de la erosión democrática.

POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU (@RUIZMASSIEU) 

SENADORA DE LA REPÚBLICA

PRESIDENTA DE LA COMISIÓN ESPECIAL DE SEGUIMIENTO A LA IMPLEMENTACIÓN DEL T-MEC

MAAZ