Quienes nos hemos adentrado en el estudio de la historia, no como un mero pasatiempo, sino en lo que constituye ser historiador, sabemos que ninguna investigación está ajena a las interrogantes de su presente. Esta es una de las grandes ironías de la disciplina: aunque se nos advierte sobre los anacronismos, la acción de observar el pasado es ya un anacronismo. Dicho esto, resulta inevitable reflexionar sobre cómo el segundo mandato de Donald Trump en Estados Unidos plantea nuevas preguntas históricas, algunas novedosas y otras retomadas desde nuevas perspectivas.
No sé si sea adecuado hablar de una "era Trump" —desde luego, el término es debatible—, pero es innegable que su figura ha generado en Occidente diversas manifestaciones políticas. No se trata solo de analizar los efectos de sus acciones y discursos, sino también de estudiar los mecanismos de resistencia a su gobierno, ya sea desde dentro de su país o desde el exterior. Lo cierto es que su presidencia seguirá siendo un eje de discusión, lo cual invita a abordarla desde una mirada histórica. No se puede negar que muchas personas buscan en el pasado las respuestas a problemáticas actuales, siempre con el riesgo de caer en lo que el historiador Marc Bloch llamaba el “ídolo de los orígenes”: creer que solo el pasado puede explicar el presente.
Recientemente, Trump anunció su intención de cambiar el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América. Esta propuesta se tradujo en un decreto presidencial que, si bien solo tendría validez en Estados Unidos, desató debates internacionales. Muchos historiadores abordaron el para analizarlo desde reflexiones más profundas: el significado político de nombrar espacios, o cómo los mapas son construcciones ligadas a contextos históricos específicos. Cuestiones que van más allá de ofrecer un simple repaso histórico, pero que lograban abrir un debate más profundo sobre nuestro propio entendimiento de ciertos conceptos y términos vigentes.
Algo similar ocurre con la frontera. Las deportaciones y el carácter conflictivo que históricamente ha tenido este espacio invitan a cuestionar las condiciones que lo han configurado de ese modo. En lo personal, destaco la relevancia de estudiar la historia racial y cómo ciertos discursos se han materializado en instituciones, políticas y violencias. Resulta llamativo identificar tanto continuidades como rupturas en estos procesos. Estas alertas históricas no surgen porque "la historia se repita", sino porque, ante las experiencias acumuladas y las posibilidades futuras, siempre existen riesgos latentes.
Aunque las preguntas iniciales —¿Cuándo surgió el nombre del Golfo de México?— persisten, las y los historiadores vamos más allá: problematizamos términos, conceptos y definiciones. Al fin y al cabo, miramos el pasado para comprender nuestro presente, siempre conscientes de que una parte de ese tiempo ya se desvaneció.
POR IGNACIO ANAYA
COLABORADOR
@Ignaciominj
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