La pregunta que se hizo en 1984 el periodista y gran conocedor de las relaciones México-Estados Unidos, Alan Riding, permanece vigente: ¿son nuestros dos países vecinos distantes o socios cercanos?
La reciente visita de López Obrador a Washington DC no aclara la incógnita. En primer lugar, la génesis de la visita proviene de la decisión del Presidente mexicano de no acudir a la Cumbre de las Américas, hecho que se consideró en diversos sectores de la sociedad estadounidense como un gesto hostil del gobierno mexicano.
La segunda consideración es que no se trató de una visita de Estado, que debería haber incluido reuniones parlamentarias e incluso una exposición del dirigente mexicano ante el pleno del Congreso estadounidense, como lo hizo Felipe Calderón en su momento. Aunque el Presidente se reunió con la vicepresidenta Kamala Harris, en su casa privada, y luego con el Presidente, Joe Biden, en la Casa Blanca, la visita descuidó la relación con otros importantes actores políticos en Estados Unidos. Mientras se celebraban las reuniones de los dos ejecutivos, diez Senadores del Partido Demócrata expertos en política exterior -incluyendo un ex candidato vicepresidencial y tres ex candidatos a la presidencia-, suscribieron una resolución condenando los altos niveles de violencia contra periodistas en México, pidiendo que el gobierno mexicano emprenda amplias e imparciales investigaciones, así como que colabore con los gobiernos locales para establecer medidas precautorias contra los ataques a la libertad de expresión.
El éxito de la visita de un primer magistrado a otro país se mide por el grado de consenso que logra generar en diferentes actores de la sociedad. En este caso, se desaprovechó la oportunidad para establecer un buen entendimiento con el poder legislativo, cuya gravitación en el país republicano por excelencia es equivalente al del poder ejecutivo. Pero no sólo eso. Tampoco se planearon reuniones con la comunidad académica e intelectual de ese país, ni con la prensa extranjera, ni hubo reuniones con el caucus hispano del Congreso.
La razón de estas pifias va más allá de un desorden protocolario. En realidad, el Presidente y sus colaboradores no entienden la pluralidad de voces que conforma el firmamento político estadounidense. Su visión autocrática del mundo le hace suponer que el poder en otras naciones es monolítico. El resultado de esta visión del poder es que se están desperdiciando excelentes oportunidades para profundizar la relación bilateral más relevante de nuestro país.
Ya sería hora que en el gobierno mexicano se dieran cuenta que no sólo la sociedad estadounidense es plural, sino que también lo es la mexicana.
Por lo pronto, los gobiernos de México y Estados Unidos deben trabajar con mayor ahínco e inteligencia, para que nuestros países dejen de ser vecinos distantes y se transformen en socios cercanos.
POR GUSTAVO DE HOYOS WALTHER
@GDEHOYOSWALTHER
ABOGADO Y FUNDADOR DE SÍ POR MÉXICO
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