Columna Invitada

Admisión universitaria: calidad e igualdad sin privilegios

Hay que reconocer que la meritocracia no es la solución única de prosperar. Entenderla así, sería algo como lo Michael J. Sandel desmitifica en La tiranía del mérito

Admisión universitaria: calidad e igualdad sin privilegios
Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México Foto: Especial

Un sistema de pruebas de admisión que existe en los Estados Unidos de América desde 1926, para ingresar a casi cualquier universidad pública o privada en ese país es El Scholastic Aptitude Test (SAT por sus siglas en inglés). Ha sido típicamente delineada como una prueba altamente difícil de acceder y de aprobar: la exigencia de realizarla físicamente en un período promedio de 3.45 horas, sin la asistencia de insumos auxiliares y con un costo de 50 a 120 dólares. Quienes hemos estudiado en ese país sabemos de su importancia y dificultad.

La prueba ha sido criticada a lo largo del tiempo por considerar que obstaculiza el ingreso de más aspirantes a cualquier universidad. A finales de enero de este año, Priscilla Rodríguez, vicepresidenta de Evaluación Universitaria de EUA, señaló cambios importantes del SAT: se realizará en línea, en menos tiempo, con preguntas más cortas, con mayor tiempo para contestar y con el auxilio de herramientas –como la irracional calculadora–. 

La pandemia viene a sumarse a esta renivelación del acceso de calidad a la universidad. Sin embargo, no creo que sea razón suficiente para descuidar el estándar de exigencia que debe impregnar para su ingreso.

Aquí interviene una versión malentendida del principio de igualdad de los derechos fundamentales como una panacea de aplicación universal. ¿En dónde quedarían las aptitudes del estudiante que prepara el examen de admisión frente a una política popular de acceso universal?

Hay que reconocer que la meritocracia no es la solución única de prosperar. Entenderla así, sería algo como lo Michael J. Sandel desmitifica en La tiranía del mérito. El profesor cita el concepto aristotélico de la “mentira noble”, es decir, una creencia que, aunque no sea verídica, sustenta la armonía cívica porque induce a la ciudadanía a aceptar la legitimidad de ciertas desigualdades. Sin embargo, en el acceso a una educación universitaria sí debe considerarse una serie de condiciones que mantengan la calidad de quienes ingresan, y de quienes egresan, sobre todo, de lo que se imparte y tiende a forjar mejores universitarios y, a la postre, profesionistas.

Cosa muy distinta cuando el sistema educativo privilegia clases o razas. En el mismo ejemplo de EU debe señalarse que existe un privilegio denominado “legacy”, esto es, el beneficio que tienen los hijos de donadores o de exalumnos cuyo ingreso a las universidades se les facilita. The Boston Globe reseña que un tercio de los “legados” fue determinante para ser admitido  en Harvard en la generación 2014-2019. Coincido con los críticos del sistema de cuotas que beneficia a las clases ricas y privilegiadas, en perjuicio de estudiantes de calidad pertenecientes a minorías raciales o económicas.

En ese sentido, participo de la concepción moral y solidaria de Sandel de una ética del mérito, así como de la crítica que Elizabeth Anderson hace al llamado igualitarismo de la suerte –entre estudiantes pobres merecedores y no merecedores–.

En suma, el ideal, sin duda, es más y mejores. Pero el más a secas, simplemente ¡no!

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA

MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN

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