COLUMNA INVITADA

Giuseppe Garibaldi, un héroe más allá de la música

En términos generales, en México poco o nada sabemos realmente de Garibaldi; cuanto más, nos asalta la idea de que presumiblemente sea italiano por la fonética del apellido

OPINIÓN

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Juan Luis González Alcántara / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Suele pasar que asociamos los nombres de personajes célebres a lugares específicos, como explanadas, plazas, parques o avenidas. A veces sin reflexionar lo suficiente y sin una pizca de curiosidad perdemos la oportunidad de saber quiénes fueron esos hombres y esas mujeres que perduran en la memoria colectiva por medio de la nomenclatura urbanística. Algo así sucede con el personaje que protagoniza este artículo, por cierto, muy conocido en México, aunque sea de oídas.

A lo largo de Italia, desde el norte piamontés y lombardo hasta el sur siciliano y calabrés, no hay espacio público sin dedicación a este prohombre. Me refiero a Giuseppe Garibaldi. Sí, ese quien nos recuerda a los paisanos y turistas, con cierto entusiasmo noches de algarabía folclórica cargadas de música mexicana y de quien hemos adoptado el nombre como parte de la tradición cultural festiva.

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Sin embargo, en honor a la verdad, reconozcamos que, en términos generales, en México poco o nada sabemos realmente de Garibaldi; cuanto más, nos asalta la idea de que presumiblemente sea italiano por la fonética del apellido.

En unas pinceladas, siempre insuficientes, he aquí un bosquejo de Garibaldi que nos ayudará a tener una idea, superficial sí, pero que rebasa la frontera musical a la que su nombre se ha visto reducido.

En un largo proceso, entre 1848 y 1870, la Italia de hoy se unificó a partir de una serie de circunstancias: procesos políticos arduos, guerras intestinas entre la geopolítica de una Italia fragmentada, frentes comunes contra el invasor austríaco y la consolidación de acuerdos monárquicos por encima de las ideas republicanas. Este crisol hizo de ese país una sola nación.

En el periplo de ansias nacionalistas, la unidad interna y la defensa contra el enemigo Habsburgo, hizo de Garibaldi el héroe por excelencia del Risorgimento italiano. Nuestro personaje, incluso, se adelantó a los afanes revolucionarios al participar en 1834 en el levantamiento de Génova, impulsado por el político Giuseppe Mazzini, conocido como el Alma de Italia. De esta expedición coronada por el fracaso, tuvo en Garibaldi consecuencias aleccionadoras y un exilio temporal a Rio de Janeiro.

En buena medida, el entorno ideológico y las acciones independentistas del siglo XIX latinoamericano cobijaron a Garibaldi, lo que le hizo participar en el reacomodo de fuerzas en Brasil, Perú, Argentina y la entonces provincia oriental del Uruguay. Como diría Emerson en Representative Men, los grandes hombres se ven envueltos en una especie de vaho misterioso que desvela grandeza. Así, se configuró el mito libertario de Garibaldi en las Américas.

Este propedéutico revolucionario le dio a Garibaldi la experiencia suficiente para acometer, junto con políticos de la talla del Conde Cavour y el rey de Cerdeña, Vittorio Emmanuel II, la conformación del reino de Italia. Un proyecto político nacional ideado y políticamente consensado en el norte y aplicado militarmente en el sur, tarea esta última que se le confirió a Garibaldi y que la acometió con éxito.

Con la unificación italiana, el proceso de construcción nacional debía quedar en manos de los políticos. Para el inquieto y republicano Garibaldi aún no había concluido la tarea libertaria. No podía ser de otro modo, si se reconoce en él los rasgos de un hombre de acción. Participó ya entrado en años –67 para ser exactos– en la guerra franco-prusiana en 1871.

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Garibaldi trascendió extramuros, aliciente inspirador de sus tropas diría ante el parlamento de la efímera república romana en 1849: “No ofrezco soldada, ni cuartel ni aprovisionamiento. Ofrezco hambre, marchas forzadas, batallas y muerte”. Lapidaria frase que casi cien años después retomaría Winston Churchill en los días más aciagos de la batalla de Inglaterra en 1940: “No tengo nada que ofrecer salvo sangre, sudor y lágrimas”.

Párrafos sin fin darían cuenta de la historia de Garibaldi, por lo que tan sólo nos resta decir, junto con Rubén Darío que, vemos en nuestro leal “león italiano al amigo de América que amó en fraterno amor”. Bien vale la pena pensar en Garibaldi si un día vamos a la plaza que lleva su nombre en la Ciudad de México, mejor aún, si escuchamos a un mariachi.

POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA

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