Las semanas recientes fueron de contrastes para el “Gigante Asiático”: durante el XX Congreso del Partido Comunista de China (PCC), Xi Jinping se afianzó como líder indiscutible de su país, el mandatario más poderoso desde Mao Zedong. A su vez, en estos días han ocurrido las protestas populares más importantes desde aquel 1989, cuya estampa más reconocible fue el joven desafiante de la Plaza Tiananmén.
Las manifestaciones tuvieron su detonante en la estrategia de “cero COVID”: una serie de medidas gubernamentales basadas en confinamientos muy estrictos, que incluso pueden llegar a aislar ciudades completas. Fue la población más joven y urbana la que decidió en primer lugar tomar las calles de cuando menos 19 ciudades, incluyendo Shanghái y Beijing. Pero pronto empezaron a expresarse en favor de mayores derechos, libertades y de la apertura en general.
Estos eventos requieren un análisis cauto, que evite subestimar o sobreestimar la realidad. En ese sentido, es importante prestar atención a la reacción del gobierno, los paulatinos cambios en la cultura política y la respuesta de la comunidad internacional.
China articuló un sistema político que canaliza las demandas populares mediante un partido único que, con el objetivo de lograr estabilidad, no permite la formación de organizaciones políticas independientes. Sin embargo, llega un punto —como ocurrió en México— cuando diversos grupos sociales dejan de sentirse representados y comienzan a buscar espacios no-oficiales de participación. Ante esto, el gobierno tiene fundamentalmente dos opciones: hacer reformas con el orden y ritmo que estime o rechazar la apertura y endurecer los mecanismos de represión.
Hasta ahora, el gobierno ha mostrado cierta receptividad a la demanda para flexibilizar la política “cero COVID”, ante la evidencia de insuficiencias en el confinamiento hermético. Sin embargo, queda pendiente la cuestión de la reclamación por mayores libertades. Las protestas de 1989 tuvieron una motivación parecida y un núcleo social similar: el estudiantado. Pero si bien las partes confrontadas de hoy son semejantes, las condiciones resultan distintas: China es ahora un país globalizado y estrechamente conectado al mundo, económica y diplomáticamente, por lo que la opción de usar la fuerza es cada vez más costosa.
De hecho, ya han ocurrido manifestaciones de apoyo en países como Australia, Japón y Estados Unidos. La comunidad internacional deberá ser muy cuidadosa para, sin tentaciones intervencionistas ni provocaciones, plantear y respaldar soluciones pacíficas que acerquen posiciones y protejan al máximo los derechos humanos.
En principio, todo esto crearía incentivos para una paulatina política reformista-aperturista; al mismo tiempo, con una exitosa reelección reciente y frente a un panorama nacional e internacional complejo, el gobierno parece ir en la dirección de afianzar el control del Partido. Y pese a todo, es innegable que hay un cambio gradual de cultura política cuyas reivindicaciones democratizadoras llegaron para quedarse. Paradójicamente, si bien en muchos países observamos el avance de una erosión democrática, también hay otra cara de la moneda: el avance de una cultura ciudadana en lugares como Kazajistán, Uzbekistán, Irán y ahora China. México no puede ser ajeno a este debate, que también toca fibras sensibles aquí mismo.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
@RUIZMASSIEU
SENADORA DE LA REPÚBLICA
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