Sun Tzu fue un guerrero y filósofo chino, conocido en la actualidad por considerarlo el autor de uno de los textos más emblemáticos sobre la estrategia bélica, El arte de la guerra. Poco se sabe de la vida de este personaje que, ha alcanzado los niveles míticos, al cuestionarse incluso si realmente existió. Sin embargo, se ubica su nacimiento en el siglo VI a.C., en lo que se conoce como el período Primaveras y Otoños chinos (del 771 al 446 a.C.).
El arte de la guerra es una serie de consejos y una especie de guía de cómo un líder debe tomarse en serio las cuestiones militares, cómo debe manejar los ejércitos, qué estrategias deben imperar según cada situación en el curso de las hostilidades, cómo tratar al enemigo, entre otras. La aparición del libro se dio en el contexto de un período de la historia china conocido como el de los Reinos Combatientes, nada más ad hoc.
Sin embargo, no debe estimarse el libro de Sun Tzu sólo como un tratado antiguo sobre la guerra. Ofrece dos aspectos actuales que deben tomarse en cuenta y valorarse. Uno consiste en que no se reduce a un simple manual de estrategia militar, sino que, aunque breve, resume la siguiente idea: la guerra no sólo es militar, tiene vastas consideraciones políticas. Así lo reseña Tzu: “el supremo acto de guerra” es humillar, someter y vencer al adversario, sin tener que luchar realmente.
El otro aspecto, del cual se precia el texto y es considerado una paradoja, es la estimación de la paz y la forma de evitar el conflicto bélico. Sun Tzu lo explica mediante una exposición de las bases filosóficas del Taoísmo –Tzu cabe recordar, también fue filósofo–, sin emotivismos y lleno de racionalidad. Incluso, si el conflicto no puede evitarse, el fin de la guerra será solucionarlo en totalidad y de modo favorable.
Pero se debe tener cuidado cuando el gobernante da órdenes a sus generales y respetar la ejecución de las órdenes conferidas. Hay una anécdota que lo ejemplifica. El rey de Wu puso a prueba al joven Sun Tzu, al preguntarle si era posible sumar al ejército a las mujeres del reino. A lo que Tzu contestó afirmativamente y para ello trató de realizar un ejercicio con las damas del palacio, las cuales tomaron el asunto a la ligera. Tzu les advirtió sobre la seriedad de las órdenes que el rey le confirió. Las cortesanas le dieron poca importancia a la advertencia y nuevamente ignoraron las instrucciones giradas. Esto llevó a Sun Tzu a condenar a las cabecillas del grupo a la decapitación. El monarca imploró por su vida pero el general le contestó que él era el único responsable del mando delegado.
El rey inerme y sorprendido vio cómo el castigo era aplicado y entre las condenadas estaban sus dos concubinas favoritas. Pero el resultado fue más sorprendente: después de las primeras ejecuciones, las reclutas se tornaron efectivas, alertas y obedientes en las tareas asignadas.
El costo para el rey fue alto, pero la moraleja es mucho mejor: se debe ser prudente en el otorgamiento de órdenes que, al final de cuentas es poder, y ese poder se ejerce. La obediencia militar es siempre proporcional al nivel de las órdenes dadas.
POR JUAN LUIS GONZÁLEZ ALCÁNTARA
MINISTRO DE LA SUPREMA CORTE DE JUSTICIA DE LA NACIÓN
MBL