Recientemente, se llevaron a cabo la segunda vuelta presidencial en Brasil, así como las elecciones parlamentarias en Israel. Ambos procesos marcaron el retorno al poder de viejos conocidos de la política de esas naciones: Lula da Silva y Benjamín Netanyahu, respectivamente.
Dichos comicios, aunque distantes en geografía, ilustran tendencias más amplias que se atisban en varias partes del mundo, y de las que México no es ajeno. Me parece pertinente rescatar tres elementos: la utilidad de las alianzas electorales; la importancia de los programas de gobierno que las soporten y la necesidad de que los partidos que aspiran a reconquistar el poder ofrezcan no un simple regreso al pasado o la mera confrontación respecto al gobierno, sino una visión que reconozca y se haga cargo de cómo ha cambiado la realidad.
La construcción de alianzas –muchas veces entre partidos con diferencias, e incluso que en el pasado compitieron entre sí–, es un mecanismo eficiente, y a veces el único realista para prevalecer ante los partidos en el poder. En Brasil, los acuerdos entre el Partido de los Trabajadores, de izquierda, con otras fuerzas de centro permitieron la victoria frente al presidente Bolsonaro, que no obstante consiguió poco más de 49% de los votos.
Por otra parte, Netanyahu y su partido, Likud, desde la oposición fueron capaces de construir una alianza para recuperar el gobierno. En contraste, el bloque contrario no pudo mantener suficiente cohesión; más aún, el Partido Laborista rechazó unificar fuerzas con el partido Meretz (también de izquierda) y el resultado fue desastroso, al grado que quizá eso fue clave para que el frente de Netanyahu conquistara la mayoría parlamentaria.
Ahora bien, las alianzas electorales son condición necesaria, pero no suficiente; éstas requieren de un piso programático que las unifique alrededor de proyectos concretos. En Israel, los partidos que habían desbancado a Netanyahu basaron su acuerdo en eso: sacarlo del poder. Pero la ausencia de un programa más delineado, entre aliados ideológicamente diversos, explica en parte que dicha coalición no pudiera sostenerse.
En contraste, la oposición brasileña logró cimentarse no sólo por el incentivo del rédito electoral, sino (al menos en principio) en visiones compartidas como el cuidado de la Amazonia, la protección de derechos frente a pulsiones conservadoras, impulsar un mercado laboral incluyente y servicios públicos de calidad. No basta pues unirse contra algo, sino unirse en favor de algo. Además, hay que honrar dicho programa: las oposiciones a las que se les da una segunda oportunidad y la traicionan quizá no tengan una tercera.
Finalmente, el regreso de fuerzas políticas al poder, para ser exitoso, exige tomar en cuenta el cambio de las circunstancias y las expectativas ciudadanas. En Brasil, Lula tuvo logros (2003-2011) en parte gracias al boom de las materias primas, pero hoy la situación es diferente y deberá saber adaptarse. Recuperar el poder desde la oposición no se trata de “regresar al pasado”, sino buscar construir un futuro alternativo.
Las elecciones recientes en otros países ofrecen una ventana para identificar tendencias más amplias y aprender lecciones valiosas. Alianzas, programas y adaptación al cambio son tres puntos que deberíamos observar con atención en México.
POR CLAUDIA RUIZ MASSIEU
@RUIZMASSIEU
*SENADORA DE LA REPÚBLICA
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