Un respiro colectivo se escuchó el domingo por la noche: después de semanas de campañas de ataques y desinformación, de rumores y especulaciones, la jornada electoral brasileña llegó a su fin con un resultado apretado, preocupante para muchos, pero esperanzador para los más.
Lo fue por la victoria del izquierdista Lula da Silva, un político que supo conducir a Brasil por la senda del crecimiento económico y la reducción de la pobreza en sus dos primeros mandatos, y que marcó una ruta para las izquierdas latinoamericanas por la que pocos han sabido seguir.
Para otros, lo alentador fue la derrota de Jaír Bolsonaro, un hombre que hizo del populismo de derecha un modelito a seguir, o a evitar. El Presidente más conservador, reaccionario, dirían muchos, desde las dictaduras militares brasileñas se fue en contra de todo y de todos: derechos de las minorías, de los indígenas, del medio ambiente, del Amazonas, de las vacunas, del sentido común y de la decencia.
Pero para quienes respiraron aliviados el domingo, quedan preocupaciones que no son menores por lo que viene para Brasil y para la democracia más grande de Latinoamérica.
En primer lugar, lo que vaya a hacer o a dejar de hacer el todavía presidente Bolsonaro: avanzada ya la tarde del lunes 31, que es cuando escribo estas líneas, Bolsonaro no ha hecho una sola declaración, publicado un tuit ni se ha mostrado en público. En la noche de las elecciones se recluyó en la mansión presidencial, literalmente apagó las luces y guardó un ominoso silencio, y es que mientras no acepte públicamente el resultado de la votación queda la duda de si intentará hacer algo para revertirlo. Y dado que no parece tener mayor recurso jurídico, y menos político, ese algo sería un acto desesperado y potencialmente desestabilizador.
Mientras él deshoja la margarita, mandatarios de todo el mundo se han apresurado en felicitar a Lula por su victoria, tratando seguramente de apuntalarlo ante cualquier insensatez de Bolsonaro, a quien difícilmente le importa la opinión internacional. Por lo pronto, incertidumbre e intranquilidad.
Para Lula vienen enormes retos en materia económica, en que tendrá que calmar los nervios de empresarios y de los mercados, que reaccionaron mal a su victoria. Tendrá también mucho por hacer en lo que toca a política social y la protección al medio ambiente, pero principalmente en lo que será lo más difícil: tratar de unir a un país profundamente dividido y polarizado, como bien lo muestran los resultados electorales, en que apenas un punto porcentual separó al ganador del derrotado.
Y por muy detestable que nos resulte Bolsonaro, el hecho es que más de 49% de los votantes optaron por él y algunos están dispuestos a luchar, literalmente, con tal de que siga siendo Presidente. Así, de ese tamaño, el desafío.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
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