El 7 de octubre, último en Bruselas, el jefe de la diplomacia europea Josep Borrell, en una conferencia dirigida a los embajadores de la UE, se refirió a los nuevos contextos de la geopolítica global, en el marco de una gran incertidumbre derivada de la guerra en Ucrania que ha puesto a Europa frente a una tormenta comprometiendo todo el andamiaje político y de seguridad, y amenazando su modo de vida y la prosperidad construida en más de 70 años.
Así, desde el viejo continente, nos advierten que el mundo ha cambiado y que el alcance de las transformaciones que estamos viviendo es excepcional, con un impacto a largo plazo que está afectando los mecanismos políticos de convivencia internacional y la dinámica de los intercambios económicos.
La velocidad de los cambios que estamos viviendo exigen en Europa y el resto del mundo un gran esfuerzo de adaptación para enfrentar los nuevos retos globales con flexibilidad y resiliencia.
En esta lógica, el jefe de la diplomacia europea señaló que para el viejo continente se terminó la prosperidad, basada en energía barata procedente de Rusia y la facilidad de acceso al mercado chino para las exportaciones de sus países.
En suma, Europa tendrá que concentrarse aún más en sus propios esfuerzos de integración regional para mantener la competitividad de sus economías frente a Norteamérica y Asia.
Estamos entrando en una nueva etapa de la vida internacional, marcada por una creciente rivalidad entre las potencias que, de modo inevitable, nos recuerda la Guerra Fría del siglo pasado. La diferencia es que antes la competencia era más bien ideológica, mientras que ahora están confrontados para ganar espacios de poder e influencia.
En lo económico es más claro que el intenso proceso de globalización visto desde la caída del muro de Berlín, está cediendo el paso.
En un interesante libro que acaba de publicarse hace una semana, El mito de la globalización: por qué importan las regiones, de Shannon K. O'Neil, del Council on Foreign Relations –prestigiado think tank– de Nueva York, hace notar que las tendencias tecnológicas, demográficas y geopolíticas buscan profundizar los lazos regionales.
A medida que las empresas, el dinero, las ideas y las personas se fueron al extranjero, se fueron concentrando más en la lógica regional que global.
El libro dice que la regionalización ha mejorado la competitividad económica y la prosperidad en Europa y Asia, así como ocurre en América del Norte.
En el contexto actual de incertidumbre y frente a una nueva configuración del mapa geopolítico y económico, México tiene la oportunidad de lograr una mejor inserción en la economía internacional estrechando más la integración en Norteamérica, la región más competitiva del planeta.
POR CARLOS DE ICAZA
EMBAJADOR EMÉRITO Y EXSUBSECRETARIO DE RELACIONES EXTERIORES
@CARLOSDEICAZA
MBL