Estuve en días pasados en la Feria Internacional del Libro de Monterrey, invitado por la gran Consuelo Sáizar a presentar los libros de dos mujeres muy destacadas, Laurence Debray y Cayetana Álvarez de Toledo.
Laurence Debray es hija de revolucionarios, de quienes seguramente aprendió que no hay mayor rebelión que la de tomar nuevos y diferentes rumbos, confrontar axiomas y paradigmas, romper con lo establecido y con el pensamiento convencional.
Su más reciente libro, Mi Rey Caído, ofrece una visión diferente acerca de un hombre cuya mención hoy provoca repudio instantáneo y también la amnesia colectiva ante los muchos aportes que hizo a la transición democrática en España, incluida su valiente y eficaz oposición, gracias al intento de golpe militar en 1981.
Dice Debray que Juan Carlos falló a la hora de armar la narrativa de su vida, de su gestión, y que por ello es hoy condenado a la hoguera inmisericorde de la opinión pública. Algo tiene de razón, si bien una buena narrativa no podría eximirse de rendir cuentas, por lo que en los últimos años ha sido una vida marcada por la frivolidad y los escándalos.
En lo que no le falta razón a Debray es en señalar que la política moderna ha caído en manos de los activistas de dispositivos móviles, que creen que con un par de clics ya está hecho todo, que parten del insulto, de la descalificación simplista y absoluta, del maniqueísmo que rehuyen el debate y la confrontación de ideas.
Cayetana Álvarez de Toledo es una política y periodista española que no tiene pelos en la lengua, lo que le ha costado muy caro tanto fuera como dentro de su propia fracción parlamentaria, la del Partido Popular.
En su libro, Políticamente Indeseable, narra ágilmente lo mismo lo personal, que lo público, o lo familiar, todo parte de lo que la ha formado y marcado. Su mayor enemigo es la corrección política, esa que busca callar o silenciar a quienes opinan diferente o de manera contraria a lo social o políticamente aceptable.
Los libros, las ideas, los perfiles de Debray y Álvarez de Toledo propiciaron dos muy enriquecedoras sesiones de diálogo, marcadas por la apertura, la reflexión, el respeto a las diferencias. Conversamos acerca de las amenazas a la democracia y al liberalismo, no en su acepción ideológica sino en la más pura, la de las libertades individuales por encima de las agendas de grupo.
Coincidimos en la necesidad de fortalecer al centro más amplio frente a las amenazas de los extremismos de derecha y de izquierda, de las intolerancias, de la censura, del acoso a las libertades.
Los antídotos son costosos, pero necesarios: el debate abierto y franco, el rechazo a los que buscan excluir o cancelar a las ideas primero y después a las personas, la tolerancia y la imperiosa necesidad de escuchar todas las voces, ya sea para apoyarlas o, más aún, para refutarlas con ideas, con argumentos.
La democracia sólo se construye y sólo se defiende con demócratas.
POR GABRIEL GUERRA
COLABORADOR
GGUERRA@GCYA.NET
@GABRIELGUERRAC
PAL