ARTE Y CONTEXTO

El contexto ciudadano de la cultura de la mezquindad

Hay que cuidarse entonces del pueblo que sí es sabio, que confrontará lo que sea cuando le hayan arrebatado la vida de su gente amada y que se haya quedado sin nada más qué perder

OPINIÓN

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Julén Ladrón de Guevara/ Arte y contexto / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

La mezquindad es un tema apasionante por la energía impulsora que de ella emana. Los mezquinos que he conocido, tanto en persona como en los libros, son casi siempre personajes complejos. Sus mentes están compuestas de miles de vericuetos trazados por la imperiosa necesidad de salirse con la suya y justificar sin sentir remordimiento, sus actitudes miserables. En mi experiencia las personas que padecen esta vicisitud no se consideran tacaños si no todo lo contrario, porque es el mundo el que está en deuda por haberles obligado a gastar de más.

En este sentido no sólo hablamos del dinero de su propiedad o del dinero ajeno que deberían de administrar; también hablamos del tiempo, del préstamo de algún objeto, del amor que dan y de lo poco o nada que ofrecen a cambio de un pago difícil de saldar. A propósito recuerdo una vez a un pretendiente interesado en casarse conmigo, que me invitó a una comida en su casa con algunos de nuestros amigos.

Desde temprano él y yo fuimos al súper por las cosas que se necesitaban. Al interfecto le gustaba hacer las compras en 20 minutos o menos, por eso cuando entré mirando para todos lados buscando cosas brillantes para curiosear, se puso tenso y cambió la mirada diciendo “tú vas por la ensalada mientras yo voy por el atún, y en 10 minutos nos vemos en la caja”.

Ya en la vitrina de lechugas listas para servir, me tardé 120 segundos de más porque no sabía cuál de todas se me antojaba más, y al llegar feliz con mi encargo entre las manos, aquél hizo un mueca mirando su reloj, y alzó los brazos con un gesto de estupor. No sólo me había tardado de más, si no que para colmo, había escogido lechugas ya desinfectadas como todas las mujeres flojas y despilfarradoras, que con tal de no trabajar son capaces de gastar 15 pesos que no estaban contemplados en el presupuesto.

Entonces, enojado ya, se fue por una ramillete de espinacas esmirriadas que tendría, yo, que desinfectar. Al salir, además de del dinero que casi le obligo a tirar, le había arrebatado 20 minutos de vida que ya no pudo recuperar. Obvio me fui y no lo volví a ver jamás, pero esta experiencia me dejó muy claro que la mezquindad es cosa seria y que siempre sus resultados conllevan a la destrucción. Y es que esta cultura del acoso económico la tenemos en la sangre y se manifiesta como una enfermedad que nunca se puede se puede curar.

Lo que resulta interesante en particular, es que el portador es un ser furioso al que nunca se le puede saciar. Todos menos él, son culpables de su miseria moral. Por eso, cuando veo a los funcionarios con fingido enojo, con la boca chueca simulando coraje y sintiéndose falsamente indignados con los culpables del colapso de la línea 12, me recuerdan tanto a Él.

Y es que la mezquindad mata, porque el dinero que necesitamos para el resguardo de nuestro patrimonio o el mantenimiento del transporte colectivo, lo hemos ganado y pagado con el sudor de una frente, capaz de morir en instantes, en una caída libre aterradora, con gritos y lamentos, confundidos e incrédulos, de ver que se acercan al suelo que será su última parada. Morir sin sentido, por unos pesos mal empleados que valen más que nuestras almas, es matar el espíritu de un pueblo para ellos invisible.

Esa entrega cotidiana a los brazos de la muerte, sin resistencia, sin esperanza, con la certidumbre de que sucederá pero sin una fecha precisa, sin saber si será en una caída libre, por una bala perdida, por la falta de medicina, por hambre o por venganza, es también forjador de fortaleza. Nos han dejado con un abismo en las entrañas, con un vacío espeluznante, con un recuerdo ideleble del terror de todas esos hermanos que tan sólo volvían a sus casas, seguramente rezando para poder llegar a salvo. Pero el destino los embistió porque la mezquindad los mató.

Hay que cuidarse entonces del pueblo que sí es sabio, que confrontará lo que sea cuando le hayan arrebatado la vida de su gente amada y que se haya quedado sin nada más qué perder. De qué valen las casas y los autos y las cosas, cuando ya no tienes a nadie con quién poderlo disfrutar. Por eso la cara de enojo del que se hace el loco, las muecas de falsa indignación, los discursos plagados de adjetivos atenuados y de eufemismos hirientes, son el fuego que necesitan todos nuestros corazones en llamas, para tomar más fuerza y no dejarnos asesinar.

POR JULÉN LADRÓN DE GUEVARA
CICLORAMA@HERALDODEMEXICO.COM.MX
@JULENLDG

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