SIN ROLLOS

Carrera parejera

A nadie, absolutamente nadie, molestaría una final América-Cruz Azul, y a fuerza de ser sinceros, ya le toca a los sufridos y fieles aficionados celestes

OPINIÓN

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Jorge Murrieta / Sin Rollos / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Foto: Especial

Como aficionado al futbol de toda la vida (atlantista hasta el tuétano; sufridor empedernido), tengo esta necesidad de apelar a la nostalgia para rememorar épocas que se fueron, dejando tras de sí esa estela añeja, evocadora de momentos felices.

Pero mi simpatía por los colores azulgrana no me impide apreciar la magia de otros equipos que también marcaron mi infancia, adolescencia y juventud. No se puede concebir la historia del futbol mexicano sin dos clubes fundamentales: América y Cruz Azul. Uno mayor que el otro, pues las Águilas sobrevuelan el balompié nacional desde hace más de cien años, mientras que La Máquina descolló en los años sesenta, tomando vuelo de manera definitiva al abandonar su humilde casa de Jasso, Hidalgo, para convertirse en señor al trasladarse al Azteca.

El Cruz Azul es un equipo que “nació grande” (dirían los clásicos). Yo digo que irrumpió de manera brutal para ser el enemigo natural del único conjunto importante que por aquellas fechas quedaba en la capital del país, pues el Atlante y el Necaxa (que después fue Atlético Español y luego Necaxa otra vez) eran una hilacha de equipos, pundonorosos, entregados siempre, pero acechados por la sombra de la falta de pagos, la indiferencia de sus directivos y el alejamiento de sus seguidores de la tribuna.

Apareció entonces el colosal Clásico Joven, bautizado así por el luminoso y exagerado, cuanto fantástico narrador, Gerardo Peña Kegel, quien por ahí soltaba: “Este partido está lleno de embroques y mística futbolera”, frase que dejaba pasmados a los personajazos de Jis y Trino en La Jornada de los últimos años ochenta.

Hoy dominan la liga. Sin súper planteles, digamos que con cuadros hasta “modestos”, si se les compara con los del norte, Cruz Azul y América han encontrado un estilo de juego que privilegia el orden defensivo, por encima de la tenencia de la pelota y la agresión constante del arco rival.

Las formas valen, desde luego, y juegan también. Ello lo tienen muy claro Santiago Solari, exgaláctico en la cancha y el banquillo, y aquel impecable central peruano: Juan Reynoso, quien hizo huesos viejos con La Máquina como jugador y ahora intenta refrendar (sin barridas de líder, pero con ideas de tal) su gran conocimiento del juego.

Ambos técnicos, jóvenes, ven el futbol con frescura, aunque la madurez les llegó rápidamente. Reynoso, más experimentado, ya fue campeón en su natal Perú y se desempeñó con mucha seriedad dirigiendo al Puebla. Sobre él y sus pupilos pende la espada de Damocles, pues otra cosa que no sea el título de liga no tiene valor alguno en las vitrinas de La Noria.

Contra todo pronóstico, después de que una familia de gángsters lo dirigió a placer durante más de treinta años sin otorgar resultados, más que el título de liga en el 97, La Máquina que pita y pita va que vuela hacia el título de liga. Con una columna vertebral exquisita que recoge nombres como Corona, Romo, Aguilar, Baca, Angulo y el espectacular Cabecita, el otrora “fruz” intentará arrebatarle, por fin, la copa al América, los Tigres, el Monterrey y demás contendientes. Ya va siendo justo, qué caray…

Del otro lado, Santiago Solari, joven técnico argentino que jugó en el Real Madrid y, obvio, en el Atlante también (se me escapa una risa nada forzada), pero que no tuvo suerte entrenando a los merengues, ya implementó un esquema táctico que le está dando resultados. Sin grandes figuras, pero con tipos como Ochoa, Aguilera, el incombustible Aquino, Lainez, el gambetero Fidalgo y el letal Martín, las Águilas prometen sacar las garras en la Liguilla.

A nadie, absolutamente nadie, molestaría una final América-Cruz Azul, y a fuerza de ser sinceros, ya le toca a los sufridos y fieles aficionados celestes.

POR JORGE MURRIETA.
@JORATLA

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