CLARABOYA

Ómicron y su revolución

Hace apenas unos días autoridades sanitarias alrededor del mundo advirtieron sobre la propagación de Ómicron, una nueva y aparentemente más transmisible variante del COVID-19

OPINIÓN

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Azul Etcheverry / Claraboya / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Hace apenas unos días autoridades sanitarias alrededor del mundo advirtieron sobre la propagación de Ómicron, una nueva y aparentemente más transmisible variante del COVID-19, detectada en países del sur de África, en una coyuntura en la que la distribución y acceso a vacunas y tratamientos dista de ser equitativa alrededor del mundo. Según la OMS, en países desarrollados se estima que al menos 1 de cada 3 personas ha recibido al menos una dosis de una vacuna, mientras que en países no desarrollados la estimación es de 1 de cada 13.

Lo anterior, es el reflejo de un esquema de innovación, producción, distribución y acaparamiento de alternativas médicas transformadas en bienes políticos codiciados a disposición de intereses particulares. Ejemplo claro de esta situación es el programa COVAX de la ONU, lanzado en abril del año pasado, el cual tiene dentro de sus objetivos la distribución equitativa de las vacunas alrededor del mundo. No obstante, esto no ocurrió, se comenzaron a acaparar grandes cantidades de dosis en países desarrollados y hoy el programa apenas ha entregado cerca de 530 millones de dosis de los 2 mil millones que el propio organismo estimaba distribuir para finales de este año.

Se trata de una realidad a la que el mundo pareciera querer dar la espalda, mientras no exista la disposición, los recursos ni los mecanismos para garantizar el acceso más equitativo de alternativas clínicas a los países menos desarrollados, el ciclo de contagios, rebrotes y mutaciones virales cada vez más resistentes perpetuarán la pandemia y sus estragos multisectoriales.

Conforme se investiga esta nueva variante, Ómicron, sigue una tendencia ya observada en otras variantes en la que aumenta la rapidez de su dispersión, por lo que en las próximas semanas estaremos observando los efectos clínicos y posibles consecuencias que pudiera ocasionar entre la población mundial e inevitablemente nacional.

Por esta razón es que especialistas en la materia insisten en que aunado a un esquema de vacunación y tratamientos clínicos, es fundamental continuar con las medidas de prevención e higiene que se han recomendado desde el inicio de la pandemia hace ya casi dos años. Además, se insiste en la recomendación de evitar aglomeraciones o la convivencia prolongada en espacios cerrados o reducidos.

Desafortunadamente, el manejo de la pandemia ha sido un desastre desde que el rigor científico se rindió ante una política de estado ramplona, poco crítica, basada en los buenos deseos y remedios religiosos que dieron lugar al colapso del sistema de salud pública y un número maquillado en el subregistro de fatalidades de cientos de miles que quedaron en el anonimato.

Al presidente Andrés Manuel López Obrador le encanta la historia y sin duda pretende quedar como uno de los grandes líderes que ha tenido nuestro país. Sin embargo, a pesar de que en algunos rubros puedan celebrársele algunas victorias, también será recordado por los cientos de miles de fallecidos por una pandemia que si bien afectó profundamente a todo el mundo, en México las autoridades pareciera que la recibieron con los brazos abiertos, como si “nos cayera como anillo al dedo”, sin acatar las recomendaciones científicas nacionales e internacionales.

La necedad, omisión y la irresponsabilidad de reunir hace unos días a miles de personas en el zócalo capitalino, sin propiciar medidas de higiene y distanciamiento social, invitan verdaderamente a sugerir que la “revolución de las conciencias”, a la que tanto se aspira, inicie por quien la propone.

POR AZUL ETCHEVERRY
AETCHEVERRYARANDA@GMAIL.COM 

@AZULETCHEVERRY

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