COLUMNA INVITADA

La marcha de la locura

Miles de universidades y centros de investigación, en todo el mundo, han adoptado su propio plan de sostenibilidad contra el cambio climático, y han profundizado sus actividades de docencia e investigación. Se han propuesto lograr un cambio cultural profundo

OPINIÓN

·
Miguel Ruiz Cabañas Izquierdo / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de MéxicoCréditos: Especial

Uno de los libros más leídos en la década de los ochenta del siglo pasado, fue La marcha de la locura de Bárbara Tuchman, quien fue una analista realista, sin concesiones, al analizar el carácter de los gobernantes. En esa obra, la historiadora estadounidense analizócuatro casos históricos en que las decisiones y omisiones de los líderes culminó en graves, dolorosos fracasos y derrotas, contrarias a sus propios intereses y los de sus pueblos: la Guerra de Troya, que finalizó con la derrota de los troyanos; los papas del Renacimiento en Italia, que provocaron la reforma protestante;el Rey del Inglaterra y el Parlamento Inglés, que provocaron la Independencia de Estados Unidos; y a los presidentes de Estados Unidos que lanzaron, y perdieron, la guerra de Vietnam, en el siglo pasado.

En todos esos casos, y en muchos otros a lo largo de la historia, el elemento común es lo que podríamos llamar una actitud “negacionista”, que por lo mismo es contraria a la realidad, a la evidencia, a los hechos, y al más elemental sentido común. Una actitud de “voy derecho, y no me quito, si me pegan, me desquito”. Y sí, con esa conducta se fueron al precipicio, arrastrando con ellos a miles o millones de inocentes.

Desde el inicio de su libro lo deja en claro: “Alparecer, encuestionesde gobierno lahumanidad hamostrado peor desempeño que casi encualquiera otra actividad humana.En esta esfera, lasabiduría –quepodríamosdefinircomo el ejercicio deljuicio actuando a base de experiencia,sentidocomúneinformación disponible–,haresultado menosactiva y más frustrada de lo quedebiera ser.¿Porqué quienes ocupan altos puestosactúan,tan a menudo,encontradelosdictadosde larazóny delautointerés ilustrado?¿Por qué tanamenudoparece no funcionar el proceso mental inteligente?

Las reflexiones de Tuchman vienen a la mente por la celebración de la Conferencia de los estados parte de la Convención de la ONU sobre Cambio Climático (UNFCCC), la COP26. El cónclave inició formalmente hoy, lunes 1 de noviembre, y tiene hasta el 12 de este mes para llegar a acuerdos sobre temas fundamentales para enfrentar la emergencia climática global.

La UNFCCC fue aprobada en 1992, hace casi treinta años, en la así llamada “Cumbre de la Tierra”, celebrada en Río de Janeiro. En esa Cumbre, a la que asistieron los principales líderes de aquella época, los gobiernos de todo el mundo se comprometieron a tomar medidas concretas, aunque con responsabilidades diferenciadas, para reducir las emisiones de gases que provocan el efecto de invernadero, el calentamiento global y el cambio climático.

Muchas otras cumbreshan tenido lugar desde entonces. Muchas sin pena ni gloria. En otras se alcanzaron algunos entendimientos significativos, como el Acuerdo de París en 2015, que fijó como objetivo global limitar las emisiones de gases de efecto de invernadero para evitar que la elevación de la temperatura supere 1.5 grados centígrados, porque un aumento mayor, de acuerdo con los científicos, podría poner en peligro la sobrevivencia de millones de especies, y nuestra existencia como civilización en el largo plazo.

Desde luego, en las últimas tres décadas ha habido avances. Hoy, existe una mayor conciencia en todo el mundo sobre los graves retos que representa el cambio climático. Muchos gobiernos están tomando más acciones y más compromisos para reducir las emisiones, y planean alcanzar la neutralidad climática en 2050, a más tardar. Muchos otros, se están preparando con programas de adaptación para proteger a sus poblaciones. Gobiernos subnacionales (estados, municipios y ciudades), y grandes, medianas y pequeñas empresas, están adoptando planes de sostenibilidad de largo plazo. Organizaciones de la sociedad civil se están movilizando con campañas intensas de concientización. Miles de universidades y centros de investigación, en todo el mundo, han adoptado su propio plan de sostenibilidad contra el cambio climático, y han profundizado sus actividades de docencia e investigación. Se han propuesto lograr un cambio cultural profundo.

Pero también hoy la ciencia, representada por el Panel Intergubernamental de Cambio Climático (IPCC) nos advierte con claridad meridiana: las emisiones de gases que provocan el cambio climático tienen que reducirse en 46 por ciento del nivel que tenían en 2010, a más tardar en el 2030. De lo contrario, los daños al clima global serán permanentes e irreversibles. El inmenso desafío es que, según los planes anunciados hasta ahora por los gobiernos, en sus contribuciones nacionales determinadas, no sólo no habrá la reducción de las emisiones que exige la situación, sino que para el año 2030 habrá un aumento de 16 por ciento.

Tres décadas después de Río de Janeiro, la espada de Damocles sobre nuestras cabezas luce más pesada y filosa que nunca. El cambio climático ya está aquí, en todas las regiones del planeta. Está provocando sequías prolongadas, olas de intenso calor, incendios sin precedente, inundaciones, el deshielo del polo norte, de Groenlandia, y de la Antártida, y la gradual elevación del nivel de los mares. Los daños a la biodiversidad son inmensos. Miles de especies han desaparecido en los últimos treinta años. Las pandemias, que tienen su origen en la destrucción del hábitat natural de muchas especies, están surgiendo cada vez más con mayor frecuencia.

Por todo ello, la Cop26 es, quizá, la última oportunidad de la humanidad para enfrentar y resolver las cuestiones pendientes que ayuden a salvar al planeta. Durante muchos años, demasiados gobiernos han sido reacios a cumplir sus obligaciones, sus compromisos. Han adoptado tácticas dilatorias, y prolongado las negociaciones por demasiado tiempo. Muchos otros han sido, de facto, negacionistas, comportándose como los líderes de las historias contenidas en el libro de Tuchman.

Los países desarrollados se comprometieron a proveer a los países en desarrollo 100 mil millones de dólares cada año a partir de 2020, y no han cumplido. Sin esos fondos, los países en desarrollo no pueden aplicar planes nacionales de adaptación al cambio climático para proteger a sus poblaciones de sequías prolongadas, o de inundaciones. Algunos de los más grandes emisores no se han comprometido a alcanzar la neutralidad climática en el año 2050, paso indispensable para evitar que la temperatura se eleve en 2.7 grados centígrados en la segunda mitad del siglo.Los negociadores nacionales no han logrado un acuerdo para regular los mercados de carbono, según prevé el artículo 6 del Acuerdo de París de 2015.

No hay pretextos o excusas para que los gobiernos del mundo, sobre todo los países desarrollados, sigan evadiendo sus responsabilidades, o para que los principales países emisores, que son China, Estados Unidos, la Unión Europea, India, Rusia, Japón, Brasil, Corea, Canadá, Indonesia y México, no actúen y tomen decisiones determinantes, a la altura del reto global que se enfrenta. Si hay conciencia en los gobernantes, todos los temas pendientes tienen solución. El monto de recursos financieros que los países desarrollados gastaron para hacer frente a la pandemia, más de catorce Trillones de dólares, demuestra que sí existen los recursos financieros y tecnológicos para superar la emergencia climática y salvar al planeta.

Lo único que es realmenteinsano, es seguir adelante con la marcha de la locura. Las generaciones venideras no nos lo perdonarán.

POR MIGUEL RUIZ CABAÑAS IZQUIERDO ES PROFESOR Y DIRECTOR DE LA INICIATIVA SOBRE LOS ODS EN EL TECNOLÓGICO DE MONTERREY

@miguelrcabanas

miguel.ruizcabanas@tec.mx

PAL

Temas