No cabe duda, el presidente López Obrador hizo válido su aforismo “La mejor política exterior es una buena política interior”.
Reafirmar sus objetivos nacionales –particularmente los electorales— fue la razón real de su participación en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas; reflejar sus recetas de política social a nivel global; darle una bocanada de aire fresco al precandidato de su partido y secretario de Relaciones Exteriores, Marcelo Ebrard.
Volver los ojos hacia otro aspirante que demostró talento y capacidad, el exrector y representante de México en la ONU, Juan Ramón de la Fuente, (cuyo trabajo diplomático fue el que posibilitó que en la agenda del Consejo de Seguridad pudieran abordarse temas que usualmente no se ventilan, como es la desigualdad, la pobreza y la corrupción, ya que este organismo constantemente se refiere a los aspectos cotidianos de conflictos –o posibles conflictos— bélicos, que suceden frecuentemente); ratificar su relación con los mexicanos en Estados Unidos y obtener titulares positivos en la prensa mexicana. Todos estos elementos permiten afirmar que –en ese sentido— el viaje fue un éxito.
La crítica que realizó a las Naciones Unidas en relación con el mal funcionamiento de la vacuna y el proyecto “Covax” –que sólo ha producido 6% de éstas—, fue acertada y oportuna. También lanzó una filípica contra el funcionamiento general de las Naciones Unidas en materia de pobreza y desigualdad.
También, presentó –a reserva de poder hacerlo ante la Asamblea General— una idea para combatir la desigualdad global, un tanto utópica y difícil de aprobar, pero con el enorme acierto de poner en la discusión internacional el tema más importante que aqueja a la humanidad contemporánea.
Llevar esta idea a una resolución será difícil y requerirá de un trabajo muy intenso de la diplomacia mexicana; no obstante, el aspecto conceptual de necesidad de redistribuir la riqueza de quienes se han enriquecido absurdamente, bajo el sistema neoliberal, es correcta.
Sin embargo, poner como causa de este tema la corrupción –como él siempre lo ha sostenido— es no entender que la corrupción es un efecto, no una causa; ésta se encuentra en el cambio de valores que ha sufrido el mundo actual, donde el dinero y su acumulación representa la única ambición de los seres humanos, olvidándose de principios rectores y de paradigmas éticos, que han quedado atrás, frente a la ambición y el apetito voraz por el dinero, al costo que sea.
Sí, el combate a la corrupción es fundamental, pero la corrupción no es la causa, la causa está en el sistema, cuyas ruedas giran siempre hacia el despojo de los desposeídos y el enriquecimiento mezquino y absurdo de unos cuantos.
Para los objetivos del Presidente, misión cumplida; aun cuando persisten los problemas de desigualdad, pobreza e inseguridad, cada día mayores al interior de México.
POR ALFREDO RÍOS CAMARENA
CATEDRÁTICO DE LA FACULTAD DE DERECHO DE LA UNAM
PRESIDENTE DEL FRENTE UNIVERSITARIO LATINOAMERICANO (1958-1962)
VICEPRESIDENTE DE LA SOCIEDAD MEXICANA DE GEOGRAFÍA Y ESTADÍSTICA
MAAZ