COLUMNA INVITADA

Electricidad, patriotismo y ciudadanía histórica

La dialéctica de la nacionalización es entonces el concepto clave que explica la edad contemporánea en términos políticos

OPINIÓN

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Ismael Carvallo / Columna Invitada / Opinión El Heraldo de México

Hay una idea fundamental de Carlos Marx relativa al proceso de transición entre las sociedades de súbditos a las de ciudadanos a partir de las revoluciones atlánticas (norteamericana, francesa e hispánico-americanas) entre el siglo XVIII y el XIX, y que explica la dinámica de configuración del sistema de Estados nacional-políticos y soberanos de nuestro presente.

Lo que dice el filósofo alemán nacido el 5 de mayo de 1818, en Tréveris, Alemania, es esto: “La Revolución Francesa, Napoleón y sus tropas transformaron al buen bebedor de cerveza de las tabernas alemanas en un ciudadano histórico alemán”.

Como se sabe, Napoleón invade Prusia en 1806 (y España en 1808, detonando al hacerlo nuestras independencias) para llevar ahí los principios de la Revolución Francesa (libertad, igualdad, fraternidad), lo que supuso la emergencia de los nacionalismos (alemán, español) como resultado del efecto producido en los buenos bebedores de cerveza al ver desfilar la bandera francesa por encima de la artillería, la infantería y la caballería de Napoleón, activando así la emergencia del patriotismo o ciudadanía histórica como síntesis del coraje civil con el coraje militar (“Mexicanos al grito de guerra”, “La patria es primero”).

El buen bebedor de cerveza, que hoy podríamos concebir como el consumidor satisfecho comprando el más reciente modelo del iPhone para tener una existencia feliz, asume como propio de su nación política el territorio donde vive, la taberna donde departe, la cerveza que toma y toda la infraestructura que hace posible la producción de cerveza, la edificación y electrificación de tabernas y el resguardo del territorio donde se afinca, pasando a tener una existencia apasionada cuando sabe que todo eso es digno de ser defendido incluso con la vida (“mas si osare un extraño enemigo”, “Un sodado en cada hijo te dio”).

O en otras palabras: la ciudadanía histórica supone la nacionalización entera de la vida (en el plano civil, en el económico, en el político, en el militar) y la transformación de la historia en una experiencia de masas: fuente de la soberanía y de la legitimidad del poder por virtud de la inversión nacional.

La dialéctica de la nacionalización es entonces el concepto clave que explica la edad contemporánea en términos políticos, y el presidente de la República, Andrés Manuel López Obrador, en una línea que lo eslabona con el general Lázaro Cárdenas del Río (nacionalización de la industria petrolera) y Adolfo López Mateos (nacionalización de la industria eléctrica), ha puesto a la nación en una tesitura de insubordinación fundante con su iniciativa de reforma en materia eléctrica destinada a fortalecer a la Comisión Federal de Electricidad (CFE), y a potenciar al Estado mexicano para alcanzar un umbral de poder, en este caso poder energético e infraestructural, que le permita encarar con firmeza la geopolítica mundial.

De nosotros, los ciudadanos, y del Poder Legislativo depende si hemos de ser una sociedad de buenos bebedores de cerveza, satisfechos y felices, o una sociedad de apasionados ciudadanos históricos.

POR ISMAEL CARVALLO
ASESOR EN LA CÁMARA DE DIPUTADOS
@ISMAELCARVALLO

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